Cada verano tengo muy presentes las piscinas, cuándo si no; diría que me interesan –y entusiasman– como usuaria, pero cada vez más también como socióloga. ... A comienzos de temporada, con la llegada de las altas temperaturas, las busco como refugio, y en algún momento del verano siempre releo algunos fragmentos de un interesantísimo libro del profesor de la Universidad de Montana Jeff Wiltse, 'Aguas disputadas: una historia social de las piscinas en Estados Unidos'. En este, el autor se adentra en la historia estadounidense reciente de las relaciones étnicas, de clase y género, así como de los cambios políticos y culturales, a partir del uso de las piscinas recreativas de verano. También examina la disputa sobre su uso, de ahí el título, en un permanente ejercicio por delimitar quién accede y de qué forma se usan las piscinas públicas. Wiltse muestra que la segregación social es el tema más persistente en la historia de las piscinas en Estados Unidos. El historiador analiza la forma en que los estadounidenses utilizaron las piscinas municipales para determinar los límites sociales de sus comunidades, tanto en sentido negativo como positivo. Las piscinas destacaron (junto con el cine o las salas de baile, por ejemplo) entre los espacios de recreo de las nuevas formas de ocio popular ampliamente extendidas especialmente en la segunda mitad del siglo XX, y se convirtieron en escenario en el que representar el conflicto étnico, la división sexual o las diferencias –e incluso antagonismo– de clase.
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Pero también representaron durante décadas un lugar de reunión, de encuentro entre gente diversa; en ese sentido, la piscina es una gran metáfora y símbolo de la ciudad y la vida urbana. Las piscinas públicas son, han sido, un espacio fundamental de sociabilidad y socialización. Como señala Wiltse, «ofrecen un espacio social informal –un punto de encuentro– donde las personas separadas por diferencias sociales, grandes patios y altas vallas, vidas ajetreadas y entretenimiento electrónico pueden interactuar y comunicarse cara a cara». Las piscinas son lugares para el juego, la charla y el flirteo, para la interacción y el contacto y, por tanto, también para la resolución de conflictos y la negociación de las normas y usos que regulan el espacio público.
Por eso, decía, me interesa la situación actual de las piscinas, que intento frecuentar y recorrer en verano, tanto en mi ciudad de residencia (tarea difícil) como en otras cercanas o en las que me encuentro de paso, a la manera en que Burt Lancaster recorría en 'El nadador' las piscinas de sus amigos en Connecticut, tratando de volver a casa a nado, de piscina en piscina. Y en ese recorrido las piscinas se me revelan como espacios donde el establecimiento de límites y barreras sociales, la exclusión y diferenciación y la progresiva homogeneización social son significativamente visibles. Me preocupa ver la forma en que se materializan los crecientes procesos de segregación urbana, no sólo en los lugares en que habitualmente tendemos a fijarnos (como el de residencia), sino también en aquellos que el sociólogo Ray Oldenburg llamó terceros lugares, en este caso los dedicados al ocio o al consumo, precisamente aquellos espacios sociales informales –más allá de la casa y el trabajo– en los que intercambiamos ideas, nos divertimos y establecemos relaciones, es decir, los más propicios para construir comunidad, compromiso cívico y sentimiento de pertenencia.
En Estados Unidos, como señala Wiltse, «la proliferación de piscinas privadas a partir de mediados de la década de 1950 supuso un retroceso de la vida pública». Tanto en España como en la Región de Murcia y su capital, el proceso, aunque más tardío, ha sido similar, con lo que eso implica para la interacción y la cohesión social, además de la insostenibilidad medioambiental.
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Por un lado, la multiplicación de piscinas privadas: según datos de 2023 (Catastro), la Región es la tercera comunidad con mayor concentración de piscinas (una por cada 30 habitantes, siendo la media nacional de 37), ocupando el municipio de Murcia uno de los primeros puestos del ranking nacional, con más de 10.700 piscinas (Ministerio de Hacienda, 2025). Seguramente no sorprende que en un 'país de propietarios' como este, la piscina privada, que funciona como aspiración y como marca de distinción, haya tenido esa proliferación.
Por otro lado, la significativa escasez y mal acondicionamiento de las piscinas públicas de nuestro entorno: el municipio mantiene un crecimiento demográfico sostenido desde hace años, pero este no se ha visto acompañado de una política de planificación y construcción de equipamientos públicos de deporte y ocio, incluidas piscinas. Existe una sola para todo el casco urbano, con una población de casi 170.000 habitantes, y apenas una docena más para las pedanías.
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Esta inacción política muestra un modelo de ciudad muy definido, pero también una forma de abordar –o de no hacerlo, incluso favorecer– la desigualdad en el espacio urbano. Y seguramente no es ajena a determinados mitos y discursos que se expresan cada verano y que quizás sirven de justificación para la ausencia de equipamientos adecuados, como el de que «la ciudad se vacía» y, por tanto, no hay nadie para usarlas, o el de que «todo el mundo tiene una segunda residencia». No está de más recordar que más de un 41% de los habitantes de la Región de Murcia no puede permitirse ir de vacaciones fuera de casa al menos una semana al año (INE, 2024). Sólo hace falta pasearse un fin de semana de verano por distintos barrios de Murcia para descubrir esa geografía desigual del vaciamiento urbano, así como del ocio veraniego y el recreo acuático.
Acabamos de pasar la primera ola de calor del verano. Nos acostumbramos –y quizás insensibilizamos– a tantos superlativos térmicos recientes –el mes más caluroso, la noche más cálida– al tiempo que los expertos nos advierten del incremento de fenómenos meteorológicos extremos, entre estos las olas de calor, adelantándose y aumentando su intensidad y duración. Y esto nos obliga a pensar en cómo preparar nuestras ciudades para afrontarlas y garantizar el bienestar de la población en verano, estrategias políticas que pasen por el reverdecimiento o renaturalización urbana, pero también por ofrecer espacios de refugio climático, de ocio veraniego, de bienestar y salud. No sé si podemos reclamar un 'derecho a la piscina', pero sí agua para todos.
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