El uso de dispositivos digitales en educación es un tema de creciente interés y debate. Desde mi punto de vista, este tema no debería ser ... una lucha ideológica basada en creencias personales. Por suerte, vivimos en una sociedad avanzada, que puede combatir mitos o creencias con ciencia.
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La práctica debería de estar basada en la evidencia en todos los ámbitos, no solo en medicina, sino también en uno de los pilares básicos de una sociedad como la nuestra, la educación.
¿Por qué considero que el uso de pantallas en las aulas escolares ha de estar lo más limitado posible? Para responder a esta pregunta, es necesario explicar cómo trabaja la 'atención', qué son las 'funciones ejecutivas' y cómo se crean y mantienen las conexiones neuronales, base de nuestra competencia en todas las áreas.
¿Cómo funciona la atención? La atención es una función que sirve de puerta de entrada al conocimiento y determina la capacidad de las personas para realizar tareas cognitivamente exigentes, como el razonamiento, la toma de decisiones y la planificación de acciones.
Podemos diferenciar entre la atención voluntaria y la involuntaria. Esta última es automática, reactiva a la estimulación sensorial (luces, sonidos, movimiento...). Ambas, están intercomunicadas y su relación determina dónde y cómo asignamos la atención a los elementos del entorno que nos rodea. Cuando atiendes una cosa, dejas de atender otra.
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Para aprender, es fundamental la atención voluntaria y sostenida de los niños, que establecerá qué información de su entorno será atendida y procesada, y cuál no. Sin ella, no pueden llevarse a cabo procesos intelectuales complejos como la lectura comprensiva, la escritura creativa, la creación artística o la aritmética.
Si falla la atención voluntaria, no se abrirá la puerta del conocimiento. Si las luces, colores y movimiento de un dispositivo digital están estimulando mi atención involuntaria constantemente, difícilmente mi atención voluntaria va a poder desatender estos estímulos y poner el foco en lo verdaderamente importante (aprender a dividir, determinar cuáles son las ideas importantes de un texto...).
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Por su parte, las funciones ejecutivas, localizadas en la corteza prefrontal, son las funciones más evolucionadas del ser humano, y sobre ellas asientan la motivación y los comportamientos dirigidos a objetivos.
En palabras del neurocientífico Goldberg, equivalen al director de orquesta que dirige al resto del cerebro. Constan de varias categorías, entre ellas, la capacidad para dominar el control impulsivo e inhibitorio de las respuestas automáticas y el retraso de la gratificación.
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Sabemos que, en términos de neurodesarrollo, hasta al menos los 13-15 años la capacidad de tomar decisiones e inhibir impulsos no comienza a ser funcional, lo que nos lleva a la cuestión de ¿podemos esperar un uso responsable por parte de un niño, que no tiene desarrollada su corteza prefrontal, frente a un dispositivo que ha sido desarrollado para capturar su atención?
Del mismo modo que un bebé necesita adquirir una serie de hitos, previos a la deambulación, el niño y adolescente necesitan una madurez neurológica para conquistar la competencia digital. Desarrollar otras habilidades y funciones ejecutivas previas es un requisito para un uso responsable de las TIC. Además, sabemos que muchas de estas habilidades (resultado de conexiones neuronales que se desarrollan en los cerebros en maduración) o se estimulan en la fase de desarrollo o se eliminan.
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Todos hemos experimentado mayor dificultad para aprender un nuevo idioma en la madurez, y esto tiene una base neurocientífica: la poda neuronal. Conforme madura nuestra corteza prefrontal, elimina aquellas conexiones 'poco útiles', para ganar rapidez en el procesamiento cerebral. Al mismo tiempo que nos volvemos más eficaces, también más 'inflexibles'. Por esto, se entiende la importancia de potenciar la escritura, el pensamiento analítico, la abstracción, etc., durante todo el tiempo de desarrollo del niño. Estamos entrenando su cerebro.
En definitiva, podemos concluir, sin caer en la 'tecnofobia' o en la nostalgia, que lo más prudente sería parar y reflexionar sobre qué estamos haciendo en las aulas y qué podemos hacer mejor, siempre poniendo en el centro el bien superior de la salud y la formación de nuestros niños y adolescentes.
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