Tiene José Martínez Rodríguez, a sus 87 años, una vitalidad envidiable atendiendo y aconsejando a cuanta gente llega hasta su librería, la decana de la ... ciudad, en plenos soportales de la Catedral de Murcia. Como un cliente catalán, residente en un pueblo de la Región, que ya había comprado rosas y buscaba ejemplares varios para regalar a su familia el pasado San Jorge. Pepe comenzó a trabajar con apenas 14 años y los libros han sido durante todo ese tiempo sus principales aliados. Nacido en la pedanía murciana de Llano de Brujas, el hecho de pertenecer en la posguerra a una familia numerosa, como era su caso, casi obligaba, necesariamente, a buscar un hueco en el mundo laboral en detrimento de la escolarización.
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Sus inicios fueron en ese mismo negocio, fundado en la década de los cuarenta del pasado siglo, con el primer propietario Ramón Jiménez y su mujer, ejerciendo de chico para todo. Con ellos aprendió el oficio, hasta que en 1982 se lo dejaron en herencia. Mantuvo el nombre del local, en origen dedicado a la papelería, apostando por las publicaciones. Desde entonces, Pepe, junto a su hija, ha mantenido vivo ese templo de la sabiduría a pocos metros de esa otra maravilla que para la vista constituye la irrepetible capilla de los Vélez.
Dicen que nunca hay dos personas que lean el mismo libro. Que todo libro tiene una lectura personalizada para cada lector. En las librerías venden almas, que escribió Umberto Eco. Pepe confiesa que hay un cliente, visitante diario de la suya, que siempre se marcha con un ejemplar debajo del brazo. Y una niña de dos años que, cuando sale a pasear con su madre, suele entrar en su local como una exhalación y coge un cuento. Los libros, esos mismos de los que dijo Benavente que eran como los amigos y que no siempre era el mejor el que más nos gustaba. Mientras ambos charlábamos, ese mismo día, el Cervantes de 2024, Álvaro Pombo, a sus 85 años cumplidos, defendía al recoger el premio de manos del rey la buena literatura, «la narrativa de la fragilidad» frente a «los 'influencers' y mercachifles» de estos tiempos atolondrados.
Pepe Martínez me recuerda físicamente al periodista José Martí Gómez. Precisamente en su librería adquirí 'El oficio más hermoso del mundo', un libro de este maestro de reporteros nacido en Morella, que nos dejó en febrero de 2022 y legó a modo de memorias como una desordenada crónica personal. «Cuando veo llegar a todo el mundo con una botella de agua de un litro y medio a la redacción, siento que el periodismo está perdido», escribió en sus aleccionadoras páginas. Martí Gómez, curtido en mil batallas, excelente cronista de sucesos y tribunales, reclamaba ese periodismo de antes, el de ir, ver y contar, y concluía con una frase lapidaria, a modo de síntesis: «Tú tal vez tengas razón, pero la poca que tienes no te servirá de nada».
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Echa en falta el veterano librero Martínez un mayor apoyo de las administraciones, en general, para estos embajadores de las letras, inasequibles al desaliento, ni siquiera en los tiempos del cólera. Como en la Alemania nazi, en la que la forma de repeler la cultura no afecta al Tercer Reich, se traducía en quemarlos en una gran pira para, decían, «purificar y sanar» a la ciudadanía. O más cerca, en el País Vasco, la librería Lagun de San Sebastián, por ejemplo, arrasada primero por elementos de la extrema derecha y después por los de la izquierda abertzale. Acabó cerrando hace dos años. Otros locales agredidos reiteradamente fueron Tres i Quatre, en Valencia, y Antonio Machado, en Madrid. La obra 'Allí donde se queman los libros. La violencia política contra las librerías' (1962-2018), publicada en 2023 por Gaizka Fernández Soldevilla y Juan Francisco López Pérez, cifra en 225 los ataques sufridos por diferentes librerías de nuestro país en todos esos años.
Una sociedad que considera a los libros como elementos peligrosos se precipita por la vertiginosa pendiente de la autodestrucción. Sin embargo, siempre nos quedará la esperanza en personas como Pepe Martínez, el octogenario librero de los soportales, capaz de seguir al pie del cañón hasta que el cuerpo aguante –así lleva 72 años, de lunes a domingos por la mañana–, como me aseguró la última vez que hablamos, al conmemorarse el Día del Libro, agradecido eternamente a los autores, editoriales y, sobre todo, a los fieles lectores que, para él, son mucho más que meros clientes.
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