Pudor, generosidad y cambio
Escribir una historia que nunca sucedió no lleva más que a una situación de tensión social que subraya la derrota de un proyecto de convivencia
La vida es una gran paradoja, sin duda. Nos justificábamos hace unos días, defendiendo nuestra parcela de libertad al sentir próxima y creciente la amenaza, ... cuando lo natural no es necesitar enumerar permanentemente las razones que nos asisten para hacer lo que es legal y legítimo, sino al revés. En fin, recientemente alguien citaba a un político mexicano que sostenía que si Kafka hubiera nacido en México sería considerado un escritor costumbrista. No hace falta irse tan lejos. Renunciar a lo que se es para asumir una nueva naturaleza es algo que solo funciona en las novelas como metáfora crítica. Intentar transformar una sociedad en otra distinta solo es un trampantojo que esconde intenciones segundas. Las cosas no funcionan así.
Decía el rústico que aquí estamos porque hemos venido, seguramente consciente de que es esta una complejísima verdad que arrastra tras de sí una idea casi sideral de continuidad en el tiempo, que nos supera como individuos y engloba la herencia que nuestros antepasados salvaron del fuego del tiempo para que nosotros tuviéramos una identidad. Y aquí, en España, estamos porque hemos venido desde muy atrás. Nosotros, hoy, sentados este rato leyendo en la pecera del Casino o el otro trabajando en su negocio, pero ayer, y el siglo pasado, y el anterior, y así atrás hasta el momento en el que Fernando III el Santo tomó Sevilla o el emperador Trajano, mucho antes, nació en Santiponce. A esto no podemos sustraernos. Es incontrovertible. Aceptar la realidad de las cosas es la única manera de mejorar lo que no nos gusta.
Frente a ello, reescribir la historia ha sido una tentación en la que han ido cayendo uno tras otro los regímenes populistas. El III Reich, ejemplo proverbial, sucedió a un gobierno democráticamente elegido que, por serlo, consideró que su poder era absoluto, decidiendo suprimir instituciones inútiles como un poder judicial independiente, estorbo a su tarea, y se dedicó a inventarse un nuevo pasado sobre el que cimentar su disparatada sociedad. Nos recordaban la semana pasada durante la conmemoración del octogésimo aniversario del desembarco en Normandía que la lucha contra la tiranía exige una guardia permanente.
En nuestro caso, renunciar al pasado –o directamente, inventárselo– no es un 'fresh start', no hay borrón y cuenta nueva en la historia. Somos lo que somos porque venimos de allí. Y España es Manuel y Antonio Machado, es Alberti y es Muñoz Seca, es Cervantes y es Quevedo, es tardes de toros, vino y polvo. Y es Torres Quevedo, Isaac Peral, Amancio Ortega, Velázquez, Rafael Nadal y Real Madrid. Y la Pasionaria. Y es carlismo y cantonalismo. Y es franquismo. Y democracia. Lepanto. Y es América, el galeón de Manila y Manuel de Falla. Es Roma y es Abderramán III. Qué le vamos a hacer.
Tomar partido por una línea de actuación con el objetivo de mejorar, buscar la excelencia, superar a la competencia, es necesario. Confrontar proyectos, establecer con sensatez métodos de complementariedad, analizar alternativas, debatir para enriquecer, imprescindible. Por el contrario, vivir de la confrontación, alimentar la división, cavar trincheras, escribir una historia que nunca sucedió, no lleva más que a una situación de tensión social que subraya la derrota de un proyecto de convivencia y la ruina de los principios sobre los que se sostiene una sociedad abierta.
Es cierto que los hechos objetivos no generan una opinión de los mismos revestida de absoluto consenso. Todo tiene ángulos, aristas incluso, que legitiman distintas visiones. Sin embargo, de un lado es el pudor el que marca los límites de la imaginación a la hora de enriquecer la descripción de cualquier cosa. El pudor, sí, la vergüenza que nos ha de impedir engañar a los demás. De otro, la generosidad, que nos obliga a buscar elementos en común con el otro y a ceder para encontrar un espacio de convivencia y 'convivialidad'. Y son, precisamente pudor y generosidad, dos de los elementos que más escasean en la escena pública de nuestros días.
No hay que dar nada por sentado y, aunque algunas cosas tengan que cambiar, algo que ya aceptamos desde Heráclito, hay otras que no pueden hacerlo, porque simplemente ya pasaron y no se pueden borrar. Ese cambio es necesario, cuando lo que se deja atrás es, como en la crisálida, lo justo para transmutarse en un ser mejor, más bello y completo. Hasta en esto la naturaleza da una lección, pues lo que queda es seda, recuerdo precioso del sacrificio y la catarsis, insoslayable pieza de convicción de la importancia del cambio y, a la vez, de la verdad del pasado. Pero el cambio siempre sucede cronológicamente hacia delante. En ningún caso se debe negar, enmascarar, encubrir ni maquillar lo que fue. Esto es así. Hay que mirar más hacia delante apoyándose en el pasado que nos ha traído hasta aquí.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión