Bajo llave, a la vista de todos
Aporías ·
García-Máiquez emerge de un océano en el que ya vive y del que sale a la superficie para explicarnos lo que ha vistoRecuerda García-Máiquez en su 'Ejecutoria' a Lancelyn Green cuando reivindica la vitalidad de la tradición, al no consistir esta en almacenar las cenizas, sino ... en atizar el fuego. El autor -portuense nacido en Murcia, lo que (ambas cosas) nosotros interpretamos como timbre de honor, naturalmente- no se sumerge en un mundo que pretende describirnos con mejor o peor tino, no. Al contrario, emerge de un océano en el que ya vive y del que sale a la superficie para explicarnos lo que ha visto.
Lo suyo son toneladas de papel, procesadas en largas horas de lectura, clasificación, notas, exégesis, comentarios, pensamientos encadenados que empiezan aquí en la tierra y terminan sólo Dios sabe dónde, y que al final le han permitido cuadrar el círculo. En su libro 'Ejecutoria, una hidalguía del espíritu', quiere hacernos ver lo afortunados que somos al poder instalarnos en conceptos de rectitud, responsabilidad y virtud que nos garantizan una vida honesta y generosa. Es, entre otras muchas cosas, precisamente un esfuerzo por atizar el fuego, por dar vigor a los argumentos que -rescoldos de otra época a veces, pero siempre plenamente vigentes- sostienen un determinado estilo de vida, una cosmovisión, una forma de buscar el bien y la belleza. Una vez recuperados del enorme impacto de su erudición -un viento fuerte de levante que hincha tanto las velas que nos deja prácticamente desarbolados- empezamos a navegar con calma la procela axiológica que tan divertidamente aborda don Enrique.
En la espada, a la que tantas referencias hace García-Máiquez, está la síntesis de la rectitud, de la protección, de la nobleza y la libertad entendida como responsabilidad -tan de Burke- del que tiene algo -un don, una ventaja- que debe manejar con toda la cautela, pensando en su provecho pero también en la defensa de lo que es justo y los demás. Es gloriosa la «voluntad de escandalizar a los apáticos» que subraya el autor cuando repite «persevera per severa per se vera», que no es otra cosa que el lema de Nike, actualizado y simplificado -con lo que eso significa de pervivencia de la idea» 'Just do it', hazlo, pelea, vence, consíguelo, no te rindas, esfuérzate. El rescate de la espada y su poder icónico junto a ese lema es ya razón de envergadura para considerar la lectura de 'Ejecutoria'. Pero hay muchas más, muchísimas más.
Otra de esas razones es entender el fracaso como una necesidad para el virtuoso. Aun habiendo fracasado antes de vencer, habiendo vencido tras fracasar, no he tenido nunca una sensación agradable haciéndolo. Siempre he visto el reflejo de mi peor yo en ese espejo y siempre envidié a los que consiguieron lo que yo -o más- sin haber fracasado jamás. G-M no lo ve así, o quizás un poco, pero desdramatiza hasta el punto de ver en el fracaso la consecuencia de la coherencia, de la voluntad de defender la verdad, de la necesidad de dignificar el bien, pues el proceso es inacabable y, bueno, no se puede ganar siempre. El virtuoso, antes o después, terminará fracasando. Ya está, no pasa nada. Es consustancial. Es necesario. Y es que la cosa excelente ha de ser muy difícil, como señalaba Spinoza.
La receta es prodigiosa, reúne los condimentos esenciales -ideales de vida y convivencia, referentes universales estudiados en detalle- para que la sustancia del fumé en el que se guisa todo, a fuego lento, desde hace muchos años, casi tantos como los que tiene el hombre, resulte tan nutritiva como sea posible y sea alimento suficiente para nuestra alma. Un capítulo tras otro se abordan cuestiones cruciales, claves, que están ahí y que no vemos, desafortunadamente, en nuestro día a día. En el epílogo, por último, dice el autor que se trata de un libro sin conclusión porque precisamente todo él es conclusión. Y aún más, es concluyente. Se trata de una brújula para navegar sin perderse nunca más.
La generosidad del autor, su voluntad de servir, le lleva a compartir con nosotros la relación que existe entre Hugo Pratt, Cervantes, Waugh, Dante, Trapiello, Savater, Chesterton, Llull, Austen, Pessoa, Juan Ramón, Ortega y mi dilecto Gómez Dávila que, he de reconocer, no estoy a la altura siquiera de intuir. Además de ellos, trae a su libro toda una porción de otros muchos desconocidos para mí, a quien glosa como si los conociera de almorzar con ellos a menudo, porque seguro que es lo que ha hecho. Es más, ha vivido con ellos, en intimidad, durante muchos años, y por eso los trata con la familiaridad del amigo. Qué maravilla. La clave de todo es el ejemplo, y él lo da primero, ofreciendo lo que tiene, aquello de lo que dispone, su pensamiento, sus lecturas, sus preciosas conclusiones, al alcance de quien tenga interés por mejorar.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión