El aturdimiento
Lo que veo es una torpeza conceptual preocupante, una confusión sinestésica, en donde todo se mezcla y nada se saca en claro
Falleció la semana pasada Sergio Mendes, que tenía en la cabeza los ecos del paraíso y que tan bien nos lo hizo pasar trasportándonos con ... su música a latitudes casi de otra dimensión. Adaptó a su lenguaje canciones de Burt Bacharach, The Beatles o Simon&Garfunkel y, además de popularizar la bossa nova, dio al público un marco de referencia que es aún plenamente válido. Era el hombre sincopado, lo que en música puede quedar bien pero en la vida real no deja de ser un incordio pues, como dice la RAE, toma un movimiento contrario al orden natural.
Y, ¿qué es el orden natural?, se preguntará usted. Uf, pues en estos momentos es difícil de saber, no solo cuál, sino siquiera si hay uno. Visto que lo absoluto ha desaparecido de nuestro día a día y vivimos en un estado de excepción tan permanente que no parece haber regla alguna, hablar de orden natural es tan ambicioso como irreal. Dicho de otra manera, buscar el orden es una tarea de locos. Fíjense si no en Ruiz Quintano, que de tanto hablar de cosas razonables pasa por alucinado. Acabáramos.
Así, a contrario sensu, si no hay orden natural no puede haber nada sincopado y, por consiguiente, cualquier pauta rítmica –en la vida, cualquier comportamiento– encaja dentro de lo regular. Esto, en la música, acaba abocándonos al escándalo dodecafónico, que tiene lógica pero carece de sentido y, en la vida, nos lleva al absurdo. Si no hay ortodoxia ni heterodoxia, si todo vale y no hay regla, ¿qué sentido tienen las cosas más allá del que cada uno quiera pensar que tiene? Ninguno, amable lector, ningún sentido, pues para tenerlo ha de ser reconocido convencionalmente, aceptado comúnmente, establecido normativamente. Bien lo sabe usted.
Todo aquello que surgió como un espectáculo por ser un desvarío hoy se ha convertido en lo contrario
Así, el ejemplo clásico es el de la ley, emanada del legislativo, que se aplica a todos por igual. Ese es el imperativo categórico contemporáneo, que surgió como un valor moral, pero que hoy ya no existe como tal. Una Ley, con inicial mayúscula, la que sea. Piense usted en cualquiera. Vea si se aplica, compruebe su validez universal y, si ve usted que la cosa no funciona, acuérdese de la dodecafonía. Cada nota a su aire, ale, alegría. Da igual que la cosa suene fatal, hay que probar que todo vale, aunque la mercancía esté averiada. Cuídense de los idus de marzo, ustedes verán.
A estas alturas de la columna ya estará usted aturdido, claro, porque esto, que aparentemente es fácil de entender, se complica endiabladamente. Retorcido y exprimido, el orden pretendido, es al final un coladero. Para arreglarlo puede usted volver a 'Ortodoxia', de Chesterton, en donde el héroe, ávido de aventuras, se hace a la mar para terminar regresando, sin saberlo, al sitio del que salió, que ahora ve con nuevos ojos. Lo que sucede, como hemos contado otras veces desde aquí, es que el viaje tiene como resultado –el buen viaje, el que nos lleva hacia dentro– el descubrimiento de uno mismo. Y, una cosa más, naturalmente que hay ortodoxia y hay heterodoxia, claro que sí, y hay maneras de hacer las cosas, unas buenas y otras malas.
Sea como fuere, lo que veo es un aturdimiento generalizado, una torpeza conceptual preocupante, una confusión sinestésica, en donde todo se mezcla y nada se saca en claro. Pongan la televisión, pasen y vean. Todo aquello que surgió como un espectáculo por ser un desvarío hoy se ha convertido en todo lo contrario. Hoy es la regla. Es evidente que el poder transformador del desafuero es colosal, con capacidad de erosionar los más sólidos cimientos de cualquier sistema en cualquier orden, y eso es lo que nos ha pasado. Y ya, con las redes, la vida de muchos se ha convertido en una carrera a ver quién es más ordinario, más llamativo, menos refinado y civilizado. Ya lo decía el otro día una de las estrellas del género: en televisión todo vale, no importan los cadáveres que dejes atrás. Ese es el pathos hoy, que Dios nos asista. Todo vale.
Pero, ¿qué esperábamos?, quiero decir, ¿podíamos esperar otra cosa? Lo que hemos hecho estos últimos años ¿podía conducirnos a otro sitio? Echen la vista atrás, miren los programas académicos en educación primaria y secundaria. Si uno no tiene las herramientas intelectuales, si carece de referentes sólidos, si no le han dado una estructura pétrea que le permita despreciar lo despreciable y no transigir, es difícil zafarse de tanta estupidez. Expónganse, con los ojos de un adolescente, a esta realidad que nos engulle. Valórelo, sí. Pero no se quede sólo ahí, esto se extiende a todos los ámbitos de la vida, alcanza nuestra estructura social, política y económica. De otra manera ayer lo decía Mario Draghi, tenemos que ponernos a trabajar, o espabilamos o nos madrugan la merienda.
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