Manuel Madrid me pidió 450 palabras aproximadamente para un especial en marzo, y aprovecho el viaje de vuelta Madrid-Murcia para dedicarle un tiempo y ordenar ideas. Curiosamente, he coincidido en el tren con Carola Jiménez-Esparza, gran profesional y amiga. Ordenadores sobre la mesa, hablamos de los hijos, maridos, familia y de la locura e intensa vida que llevamos con nuestros proyectos ilusionantes (ella en el campo de la medicina). Nos conocimos hace 20 años, y reconocemos ambas que el flujo de necesidades a lo largo de las etapas de la vida cambia.
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Debería empezar diciendo que pertenezco a la generación de arquitectas que en la escuela éramos una minoría. Arquitecta en el año 1992 y con ilusión de desarrollar el ejercicio 'libre' de la profesión. Quizá es la opción menos 'libre' cuando la maternidad llama a tu puerta y los proyectos también. Pero ¿a quién no le gusta ser parte de un proyecto que mejore el mundo? El tener un desarrollo profesional pleno se ha de definir por uno mismo y existen múltiples respuestas correctas a la forma en que cualquier individuo navega por la vida, el trabajo, la familia, los amigos… todas las cosas que aportan plenitud. Adoro las matemáticas, pero en este caso no valen fórmulas.
Creo que hay mucha biología. El hecho de que un bebé salga de ti no lo puedes obviar. Pero la sensación de que pasan trenes y quieres subirte a alguno también está presente, y se van sumando responsabilidades: soy arquitecta todo el día, pero también soy madre, esposa e hija. Ese aspecto creo que nunca cambiará. Muchas veces empleas el mismo rol en todas estas facetas para sobrellevar todo y te sorprendes cliqueando infinitas listas: da igual que sea la compra, las reuniones pendientes o las cosas que hablar con tu familia.
En este sentido, te acostumbras a cambiar las ruedas sin bajarte de la bicicleta, o te sientes como un malabarista aguantando varios platos chinos. Cada día es un examen, una aventura. Pero es una elección, no una obligación.Y es el coste de la responsabilidad, que en mi opinión no entiende de género, y es fundamental para conseguir los objetivos que cualquiera se marque. Quizá aprecie más brecha en la confianza de la mujer profesional para no sentir ese techo de cristal, sobre todo en los inicios.
Pero ahora me doy cuenta que hoy día no es que no se confíe en una mujer arquitecta, es que no se confía en un estudio pequeño. La sociedad es la que está cambiando y nuestra profesión funciona con muchas colaboraciones y equipos, donde la diversidad es fundamental. La arquitectura es el espacio de la sociabilidad, de la inclusión, de la dignidad, de la belleza, que nos permite desarrollarnos como sociedad. Con mi profesión, creo que aporto visibilidad de igualdad de oportunidades, de diversidad en el trabajo en equipo. Con la igualdad de oportunidades todos ganamos.
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Lidero la Comisión de Género en el CSCAE, y hace tres años publicamos un informe de género de la profesión, que elaboramos con la colaboración de Inés Sánchez de Madariaga. Era fundamental tener datos, ver de dónde venimos y hacia dónde vamos. La actitud hacia las mujeres arquitectas ha cambiado y cambiará aún más. Solo es cuestión de tiempo. Sólo tengo que ver a mi hija arquitecta para darme cuenta.
Creo sobre todo en la fuerza del trabajo honesto y responsable. No me gusta quejarme ni incidir en anécdotas. No me gusta el término éxito en trayectorias que permiten tomar de decisiones importantes y responsabilidad, sino la ambición de hacer las cosas bien y vivir de la arquitectura, mi pasión. Creo en la cultura centrada en la igualdad, que sume conocimientos y trate las profesiones de modo más humano, justo e igualitario.
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