Luces de emergencia
LA RAMPA ·
Vargas Llosa, «novio de la Preysler». Anécdotas sobre las ventajas del teléfono móvil y los perjuicios de su mal usoEn la última década del siglo pasado –que parece que fue ayer mismo– andaba dando una vuelta por Santiago de Chile, en la misma acera ... donde se halla el Palacio de la Moneda, y llamó mi atención el hecho de ver a algunos viandantes hablando por medio de un teléfono móvil consistente en una especie de ladrillo con antena exterior y sala de máquinas interior. Me hizo gracia verles gesticular.
De vuelta, lo comenté con un compañero quien me dijo: «Pues acostúmbrate porque es el futuro». Si el joven colega hubiese añadido que ese futuro era inmediato, habría hecho pleno al 15. Antes de un mes yo mismo ya tenía un teléfono móvil.
Circulaba por autovía con mi compañera de vida como copiloto, cuando noté que el volante se endureció y que el coche tendía hacia a la izquierda. Estacioné en el arcén. Rueda trasera izquierda. Pinchazo. Era noviembre y anochecía. Como mi ánimo no estaba para poemas de amor, no recuerdo si los pájaros nocturnos picoteaban ya las primeras estrellas de la noche, que escribió Neruda. Tampoco para canciones desesperadas, pero sí estaba inquieto ante la imposibilidad de cambiar la rueda –habría tenido que poner mis posaderas en peligro de atropello– y lo incierto que nos esperaba, luego de enseñar dedo y enarbolar pañuelo blanco. Nadie paró. Aún no estaba desesperado, pero veinte minutos en esa tesitura hicieron que elevara la vista al cielo donde ya no había picoteo, ni pájaros, ni estrellas. Pero sí la Providencia. Con recelo, sin parar del todo, un alma buena bajó a medias la ventanilla de su Seat y pudo oír lo que nos pasaba. Más tarde apareció una grúa enviada por la Guardia Civil. Al día siguiente me compré un teléfono móvil. Por si las moscas.
Desde entonces, la tecnología ha avanzado una barbaridad. Y además de no tener que sacar pañuelo porque debes llevar un chaleco reflectante, desde tu móvil puedes llamar. Aunque poco, incluso puedes leer, para infortunio de libros y periódicos y, sobre todo, para desventura cultural: faltas de ortografía, mensajitos, 'emojis', cotilleo, infundios...
Y, a lo último, lo que ha difundido un docente: «He preguntado en una clase de bachillerato si sabían quién era Vargas Llosa y me han contestado que el novio de la Preysler».
¡Pronto...! Luces de emergencia educativa y oportunidad para recordar un fragmento poético del aludido: «Suspiró por los niveles de imbecilidad que sufría el mundo».
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