Resurrección: el despertar que lo cambió todo

Domingo, 20 de abril 2025, 07:26

Hay hechos que cambian la historia, y luego está la Resurrección. No se trata de una anécdota del pasado, sino una explosión que resuena eternamente ... en el corazón humano. La resurrección de Jesús no es solo la culminación de un relato sagrado; es una ruptura radical con la lógica del mundo, un grito desde el abismo que dice: «la muerte no es el final».

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Este acontecimiento, a la vez escandaloso e inaudito, no se conforma con ser recordado como una leyenda piadosa. Reclama ser vivido. No se trata únicamente de que alguien volvió de la muerte; es que el Hombre-Dios lo hizo y, al hacerlo, dejó una estela de luz en el túnel oscuro de la existencia humana.

Para el creyente, no es una conjetura ni un consuelo, es la piedra angular de su esperanza. Para el escéptico, es una provocación: ¿y si fuera cierto? ¿Y si lo imposible ocurrió, y el telón que cae sobre nuestra vida no es el final, sino apenas un entreacto?

La Resurrección no es una flor solitaria en el desierto, sino el fruto de una siembra larga: la encarnación, una vida entregada, la cruz, la muerte aceptada sin resistencias. No es solo la victoria de Jesús, sino el anuncio del destino humano. Estamos hechos para la vida plena, no para la extinción.

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Los primeros testigos no ofrecieron argumentos sofisticados, ofrecieron algo más inquietante: sus vidas transformadas. Lo que vieron, o lo que los transformó, fue tan potente que estuvieron dispuestos a morir por ello. ¿Mentir por una invención? ¿Conspirar todos a una, sin fisuras, hasta la muerte? Inverosímil. Algo, o alguien, los sacudió hasta los huesos.

¿Resucitamos con qué cuerpo? No con este, fatigado, enfermo, marchito. Resucitamos, según se dice, con un cuerpo «glorioso». ¿Qué es eso? Nadie lo ha visto, pero todos lo anhelamos. No es un clon del cuerpo físico, sino su plenitud. No es el cuerpo que envejece, sino el que revela lo que realmente somos: nuestra personalidad, nuestra esencia en estado puro, sin sombra ni máscara.

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Esta idea tiene ecos profundos; si hay resurrección, no hay olvido. Lo amado no se pierde. La historia no se borra. Lo que fuimos, con todas nuestras heridas y luchas, será redimido. Nuestra vida no será en vano.

El mal tiene una respuesta en la Resurrección. No hay dolor inútil, parece decir la tumba vacía. El mal existe, sí, y el sufrimiento lacera. Pero la Resurrección afirma que el mal no triunfa, que la injusticia no es eterna, que el dolor tiene sentido cuando se inserta en una historia mayor. Dios no responde al sufrimiento con explicaciones; responde con una cruz y una resurrección.

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Creer en la Resurrección no es sentarse a esperar el cielo. Es levantarse cada mañana con la certeza de que todo puede ser nuevo. Que el amor tiene futuro. Que vale la pena luchar por la justicia, perdonar lo imperdonable, tender la mano, aunque no haya respuesta.

La Resurrección no es evasión, es compromiso. Es una chispa que enciende vidas valientes. Si Cristo resucitó, entonces no hay causa perdida. Entonces cada lágrima puede convertirse en semilla. Entonces vivir es un privilegio, pero morir también es una promesa.

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Después de dos mil años, el eco no cesa, la tumba vacía sigue incomodando. Los poderosos preferirían que estuviera llena. Los cínicos, que fuera un mito. Pero sigue ahí, abierta, como un desafío: «Tú, ¿crees que la muerte tiene la última palabra?».

La Resurrección no pide solo fe, pide valentía. Porque si es verdad, entonces hay que cambiarlo todo. Empezando por uno mismo.

Los integrantes del grupo de opinión 'Los Espectadores' son:

Jesús Fontes, Javier Jiménez, José L. Garcia de las Bayonas, José Izquierdo, Blas Marsilla, Luis Molina, Palmiro Molina, Francisco Moreno, Antonio Olmo, José Ortíz, Francisco Pedrero, Antonio Sánchez y Tomás Zamora.

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