Este no es de los nuestros

Si nuestro escudo de protección frente a terceros es demasiado impenetrable, lo que se consigue es una mayor polarización de la sociedad

Sábado, 10 de junio 2023, 08:42

El ser humano es relacional, no vive aislado, sino en un sistema de relaciones interpersonales, entre otras cosas, porque individualmente no somos autosuficientes. Ello no ... obsta, para que, más o menos conscientemente, seamos selectivos e invitemos a participar en nuestro círculo interpersonal a aquellos que, a nuestro juicio, son considerados dignos de pertenecer a dicho círculo.

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Esos círculos pueden estar orientados por una determinada ideología política, religiosa, deportiva, artística, etc., siendo esa visión partidista de las cosas el denominador común, que actúa de pegamento y vínculo del grupo, siendo así que cualquier otra persona que no comulgue con las mismas ideas o con la misma forma de ver las cosas, nos resulte extraño, antipático, fastidioso y nos resistimos a abrirle la puerta de entrada al grupo.

Los medios de comunicación no son ajenos a estas cuestiones. Así, a la hora de elegir el periódico o la emisora de radio con los que uno desea mantenerse informado, cada cual tiene sus preferencias, autoconvenciéndose que son los más veraces, cuando, en realidad, lo que buscan es que esté alineado con sus prioridades personales.

Hay que llevar cuidado, porque si nuestro escudo de protección frente a terceros es demasiado impenetrable, lo que se consigue es una mayor polarización de la sociedad, y puede que acabe rayando en una especie de sectarismo.

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¿Cuántas veces hemos escuchado frases del tipo: «Este no es de los nuestros». Esto no es nuevo, pues ya lo decían hasta los mismos discípulos de Cristo, defendiendo así, con excesivo celo, su propia comunidad grupal. Vivimos actualmente en lo que podríamos llamar la cultura de la polarización, o mejor aún, la cultura del rechazo, y afecta incluso a miembros de la misma familia, en la que cada uno, vinculado a su propia ideología política, discurre por vías que no llegan a entrecruzarse. No hay que irse muy lejos para encontrar ejemplos palpables, basta observar lo que se ve y se oye en determinados ambientes separatistas de España. Pero si nos ponemos a hablar de paradigmas, el más llamativo es el de los inmigrantes, que, desde hace algunos años, llegan a cientos o miles a nuestras costas españolas, en su arduo y, muchas veces, letal éxodo.

La historia de la humanidad es una historia de migraciones. El ser humano es migrante desde el mismo momento en que, por primera vez, puso el pie en este, nuestro querido planeta. La persona migra con los objetivos de buscar un futuro mejor y una vida, que pueda desarrollar en condiciones dignas.

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Entra dentro de lo normal que el 'otro', en cuanto extraño, siempre nos produzca desconcierto y a veces temor. El ser humano, tantas veces engañado, registra de inicio un sentimiento de suspicacia y necesita tiempo y experiencias para depositar en el 'otro' su confianza. Sin embargo, lo que nos hace más humanos es no cerrar los ojos, ni mirar para otro lado ante el rostro de los que sufren, y ayudarles en la medida de nuestras posibilidades.

Ahora que tanto se habla sobre el relato de las cosas (sobre la memoria histórica, sobre el terrorismo de ETA, etc.) para poder explicarlas y comprenderlas, existen dos narrativas totalmente distintas, que tratan de explicar el fenómeno de las migraciones. Una que, lamentablemente, está demasiado extendida, consistente en «vienen a desalojarnos y ocupar nuestros puestos de trabajo y a introducir violencia en nuestra sociedad», es la narrativa del rechazo, incluso del odio, y una segunda narrativa que es la que opta por ver a los migrantes como personas que nos necesitan.

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Analizando la cuestión con total objetividad, deberíamos concluir que España tendría que ser tierra de acogida y aceptación de migrantes, porque antes que ellos, nosotros lo hemos sido. Empezando por Colón, que descubrió el nuevo continente, han sido incontables los españoles que marcharon a tierras americanas a buscar fortuna.

Unos salen de su país huyendo de la persecución, de la miseria, de las insoportables dictaduras, etc., y si echamos un vistazo a la historia, observamos que todas esas circunstancias se han dado o se darán en cualquier rincón de nuestro planeta. Esta realidad no va a cesar nunca, porque vivimos en un mundo global. Siempre habrá migrantes, que vayan de un lado a otro. Antes o después nos tendremos que encontrar, aceptar y conseguir la forma de compartir el espacio y los recursos. Y, naturalmente, esa aceptación pasa por respetar los valores culturales y religiosos de esas personas. No se puede obligar a nadie a que renuncie a los principios, que constituyen el fundamento, la esencia más profunda del ser humano.

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Decía el judío Elie Wiesel, premio nobel de la paz: «Cuando las vidas humanas están en peligro, cuando la dignidad humana está en peligro, los límites nacionales se vuelven irrelevantes». En el siglo pasado, dadas las carencias y dificultades que soportábamos en nuestro país, la emigración de nuestros compatriotas fue moneda corriente. Muchos echaron raíces en su nuevo terruño, donde le ofrecieron hospitalidad y otros regresaron, cuando las condiciones de vida mejoraron.

«Asimilar que todo inmigrante es un delincuente potencial o real es exactamente lo mismo que aseguran las frikis del feminismo según lo cual todo hombre es un violador potencial o real (Julián Quirós, director de 'ABC').

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Una de las asignaturas que debería estudiarse en los colegios es la empatía, que, como sabemos, es la capacidad de las personas para ponerse en lugar del otro, para ver las cosas desde el otro punto de vista, para comprender que sus comportamientos están influenciados por las circunstancias en las que se desarrollan sus vidas. Tal vez, entonces, seamos capaces de construir un mundo mejor para todos.

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