La experiencia de este lunes pasado ha sido tremenda. Para todos. Pero principalmente para quienes no disponían de medios con que escapar a una calentura ... colectiva de verdad insoportable. Si acercarse a los 40 grados ya trae problemas, superarlos con creces conduce al infierno. Ese no es clima propicio para un vivir alegre y confiado. No sé exactamente hasta qué punto una exageración de temperatura semejante se debe al cambio climático. Y no puedo saberlo porque las noticias que nos transmiten desde la oficialidad (diciendo que estamos asistiendo a 'anormalidades normales') no son fiables. Los políticos saben bien que no están haciendo todo lo que debieran para impedir el calentamiento global. Y tratan de quitarle importancia a las primeras consecuencias de esa dejadez de índole criminal.
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Todo lo que sea tener que desenvolverse en los alrededores de los cuarenta grados (incluso si estás tumbado en la playa) no puede ni debe ser bienvenido. Este lunes, 12 de julio, resultó absolutamente inaceptable. Estuvimos durante largas horas metidos en un horno. Desansiados: sin fuerzas para emprender cualquier tarea. Sudorosos: recibiendo en el rostro un chirlazo de calor. Incómodos y exasperados, es decir: irritados y enfadados. Cuando esperábamos que la atardecida nos trajera algo más favorable, un viento ardiente sopló durante horas desde poniente. Para mayor escarnio, el paisaje se manchaba con el polvo marrón del desierto.
Eso no es vida. Y si los meteorólogos no quieren sincerarse 'para no alarmar', sepan que, con la muestra del lunes, millones de personas en todo el mundo estarán cada día más alarmadas. Se reunieron en Tokio los que mandan (¡cuánto hace ya de eso!). Y estos mismos genares se rieron de nosotros una vez más en los nuevos e improductivos encuentros, haciéndonos ver que (aun siendo responsables) no están por la labor. O no al menos con la diligencia que cabe esperar de 'sus ilustrísimas'. Ellos están 'a otro asunto', enfollonados con su día a día, 'viendo a ver', como quien dice, y con el aire acondicionado a tope. Nos engañan a todos: a sus mismos congéneres, pero también a las flores, a los frutos, a los verdores del paisaje, a las mascotas, a los pájaros... A la vida, en fin.
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