Ahora todo el mundo dice que el problema son los zagales. El caso es tener cada día un culpable a mano. Lo corriente (y también ... lo más sencillo) es echarle las culpas a Moncloa. O al mismo San Esteban Bendito, si el fallo afectara a la zona de aquí de Murcia. Pero esta vez toca a la niña de nuestros ojos: para unos los hijos y para los provectos como yo los nietos. Ocurre que no solo las bicicletas son para el verano, sino que los jovenzuelos también. Y no me tomen, por favor, lo de jovenzuelos como trato despectivo. Ellos son el futuro. Y en ellos depositamos nuestra confianza.
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–¡Pero, hombre, si es que están desbocaos, como quien dice!
Tranquilo, jefe. Los chiquillos (no olvide que son personitas en la flor de la edad) llevan ya más de año y medio reprimidos. Y no me lo tome nadie a mal, pues no lo digo ni por Moncloa, ni por San Esteban Bendito. No hablamos de libertades políticas, sino de la libertad pura y dura, que como se sabe es ansia de los años mozos. Necesitan desfogarse, como lo necesitábamos nosotros cuando mandaba El Pardo, y cualquier desfogue era sospechoso. En los tiempos que corren, el desfogamiento es de lo más natural. Los zagales piensan en el tiempo tan precioso que han perdido por culpa de la pandemia. Y lo que el cuerpo les pide es meneo. Mucho bayón. Sea de Ana (la película famosa de la Silvana Mangano) o de cualquier otra María que se lleve actualmente. La Carrá, no, pobrecica mía, que nos acaba de dejar.
–Afine usted y vamos concluyendo, por favor.
¡Vale, vale! Lo que mande su autoridad. Lo que yo digo es que habría que vacunar zagales como el que se quita avispas del culo. Rápido y a mogollón. Si tiene que ser con la unidosis (de la farmacéutica del champú), pues con esa. Y no parar de pinchar en todo el verano. Es decir, proclamar el presente estío como el de la Vacunación Juvenil. Y no dejar ni un muchacho sin vacuna, ni un hogar sin el mínimo de pasta necesario para encender la luz o coger el coche.
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