Dígame su profesión, por favor.
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–La mía principal es no poner el intermitente. Tengo también otras, que son las que me dan de comer. ... Pero lo que se dice profesión-profesión que te aporte satisfacciones, no poner el intermitente.
¿Y qué se siente? –como preguntan los periodistas bisoños a sus entrevistados.
–Pues mire usted. Se siente un gozo tan grande, que no sé cómo explicárselo para que lo entienda. Es una sensación de dominio sobre todo cuanto te rodea. No dándole al intermitente percibes que eres el más grande sujeto de la creación.
¿Cómo se le pone exactamente el ego?
–Verá. Lo que es el ego se me pone a mil. Yo diría que a tope. Es una satisfacción indescriptible de tan hermosa. Observar cómo el tío que viene detrás de ti no tiene ni puta idea de por dónde vas a echar... Eso es algo que te alimenta. Y más aún cuando, para despistar a ese mismo conductor, giras un poco a la derecha, como si te dispusieras a tirar por ahí, pero entonces arreas bruscamente para la izquierda. Miras por el retrovisor y ves cómo el de detrás se hace cruces y lanza improperios. Como si estuviera loco.
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¿Qué otra maniobra le hace sentirse a usted como un dios en la Tierra?
–Una muy buena es que tú estás parado, ¿no?, a un lado de la calzada. Y, en viendo que viene uno por detrás, arrancas, tiras para adelante y obligas al enemigo a frenar bruscamente.
Y sin poner el intermitente, ¿verdad?
–¡Hombre, claro! Eso desde luego. Ahí es donde está la gracia. ¿Usted es que no lo ha probado nunca?
La verdad es que no. Lo de joder a los otros conductores no es algo que me llene. A mí lo que me va es la tortilla de patatas.
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–Pues tiene que probar, amigo mío. En realidad, usted no tiene que hacer casi nada. Se trata de tener quieta la manecica. Es un 'no hacer'. No tendrá que molestarse en darle al rabico de las intermitencias.
A mí eso no me va. Y no porque yo sea mejor que nadie.
–Lo que le pasa a usted es que es gilipollas.
Será eso.
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