No es plato de gusto el que han guisado tres murcianos, senadores del PP, requiriendo a Pedro Saura, secretario de Estado de Transportes, para explicar ... en la Cámara 'lo de Juan de la Cierva'. Seguro que la noticia de esa invitación habrá dejado de piedra al paisano nacido en Torre Pacheco.
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–¡Hombre! Por nadie pase.
Conociéndose entre ellos como se conocen, puede que lo estuviera esperando. O temiendo. Para cualquiera que sea de aquí, el asunto es de cuidado. Sobre todo si uno depende de Moncloa. Aunque no sería descabellado suponer que, en su fuero interno, Saura opinase que el aeropuerto de Corvera debería llevar el nombre del inventor. Nuestro hombre se encontraría entonces en un aprieto muy gordo. Es lo que yo creo, pues, de cuando nos tratábamos en los foros regionales, lo tengo por persona sensible a cierto tipo de afectividades.
La decisión, que debería ser sencilla, de conceder o no honores a las personas, vivas o muertas, resulta peliaguda. (Aquí en Murcia, desde luego, casi siempre son muertas, o sea póstumas). Los méritos estrictos del personaje, como inventar un artilugio o un medicamento, pintar bien, escribir de igual forma, ser modélico empresario, se embadurnan con una salsa muy mala. La envidia, que es tan pésima consejera, interfiere muchas veces en la buena fama de las personas. Reconocerle a otro la calidad de su trabajo y premiárselo, presupone cierta alteza de miras. Si el honrado nació en la tierra de uno, es más fácil votar a favor. Se debe ello a que hacemos del homenajeado cosa nuestra. De ahí que tanta gente en Murcia sea favorable a Juan de la Cierva y no al dictamen de Moncloa. Algo de eso pienso yo que debe de pasarle a Pedro Saura. Ya lo sabremos en su momento.
Es lástima que incluso hablando de reconciliación nos peleemos. Habría que preguntarse: '¿En qué quedamos? ¿Conciliamos o no conciliamos?'. El ser humano se equivoca mucho: esta es una de las perogrulladas más conseguidas por Perogrullo. Y si te pones a buscarle al más santo las cosquillas, siempre terminarás encontrándole alguna. Más todavía interviniendo la política, que casi nunca es neutral, ni comprensiva, antes bien pesadamente reglamentaria.
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