Moción de confianza en Filadelfia

Detecto que estas páginas satisfacen a las mil maravillas mi deseo de consolación personal, por lo sucedido estos días en Murcia. Me ayudan a recomponer mi creencia de que, en esta tierra, no todo es farfolla, palillo y flor de malva, pijo en almíbar y esperpento. Que tuvimos y tenemos gente de pro, que también sale en las teles (en nuestro caso rememorando hechos históricos), haciendo que nos sintamos envanecidos de su paisanaje.

No digo que en cada murciano que Dios amanece resida un inventor de la categoría de Isaac Peral o Juan de la Cierva. Ni tampoco un Conde de Floridablanca o un Saavedra Fajardo. Pero entiendo que la historia de lo sublime recoge hechos y personas de por aquí, que merecen gratitud incluso universal. En las primeras páginas de 'Un invierno en Filadelfia', asistimos a la llegada de Cierva a Estados Unidos, en diciembre de 1931, a bordo del buque Aquitania (el 'Beautiful Ship'). El inventor había recibido en alta mar un cable informándole de que, durante el atraque, estuviese en la cubierta porque tendría una sorpresa.

Lo que vio el pasajero, mientras fumaba su pipa, fue un autogiro que se acercaba (sobre el fondo de los rascacielos de Manhattan) para trasladarlo hasta la casa de su socio y amigo Harold Pitcairn. Allí pudo ver que también lo esperaba alguien que lo tenía en mucho: nada menos que Henry Ford. El magnate instó a De la Cierva para que escribiese su autobiografía. «Nació entre ellos un vínculo de mutua admiración», escribe Benzo. Durante la charla, Ford le contó que hacía un año, hablando con Edison, este le dijo que el autogiro le había impresionado, cuando lo vio volar en Newark. Fue toda una moción de confianza.

(Seguiremos informando).