El hombre de la sonrisa impostada

LA ZARABANDA ·

Julián Alcaraz o la discreta constancia de que el Romea es de los murcianos

Martes, 15 de junio 2021, 01:03

Relajen los severos lingüistas sus estiradas orejas, que se les han puesto tiesas y acartonadas al detectar mi imperdonable fallo. Porque impostar no es, en ... rigor, aplicable a la manera de sonreír que tenía Julián (a quien enterramos cristianamente el domingo). Según los cánones, solo la voz se imposta. Y ello con el propósito de que funcione con un sonido uniforme y en plenitud, sin vacilación ni temblor, decreta el diccionario.

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¿Y qué? Pues que Julián Alcaraz tenía todo el derecho (por su estrecha relación con el mundo de la escena) a que le adjudicásemos el mérito de poseer una sonrisa impostada. Es decir, plena, clara y sin temblores. Los monumentos requieren, para mejor entenderlos, que se humanicen, digamos que personalizándolos. En el caso del Teatro de Romea, una actualidad compuesta de muchas temporadas a lo largo de los años, nos mostró a Julián como la representación humana del entrañable coliseo. Su cotidiana presencia, aunque estuviera entre bambalinas, dejaba constancia de que ese recinto (aunque iluminado por Talía) era algo suyo. Y por tanto de todos los murcianos.

Nuestro amigo (mío y de tantísima gente) decoraba, como digo, sus discretas maneras y su disposición de ayudar con una sonrisa muy particular. Y como esta era de índole indescifrable, suscitaba aún mayor interés. Tenía además sangre de artista, por ser nieto y seguidor a tope de otro Julián Alcaraz, el pintor taurino más importante de la Historia, en la opinión más que autorizada de Alfonso Avilés. Retrató entre otros a 'Bombita' y el 'Gallo'. Estas cosas me las contaba, con indisimulado orgullo, el descendiente de aquel personaje que acostumbraba a vestirse con traje de chaqueta, sombrero oscuro y clavel rojo en la solapa. Murió en 1952 y su peripecia estuvo siempre en labios del nieto, para quien le requiriese información.

Julián echaba una mano a cuantos portaban por el Romea, fueran de la profesión o espectadores. Colaboró lo que no está escrito con Gustavo Pérez Puig, durante aquellas temporadas gloriosas en que nuestro murciano de adopción se hizo cargo del teatro. Fue cuando se dio la feliz circunstancia de que todos los días hubiese función. Y mejor todavía, que el público correspondiera asistiendo.

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