Los garbanzos son gente honrada

El catedrático López Nicolás y el chef de Por Herencia acaban de explicarlo en Fitur. Entre otras cuestiones científico-gastronómicas se han referido la conveniencia de poner los garbanzos a remojo, cada vez que decidamos hacer cocido, olla gitana o para acompañar el arroz y granos de haba más atún de bote. A la cuestión (trascendental a todas luces) de por qué los garbanzos se ponen en agua, nos explican que es lo apropiado para una buena cocción que facilite poder digerirlos sin mayor problema.

Nos cuentan que los garbanzos llevan un la piel una serie de azúcares. Y que, si no se ponen previamente en agua, durante unas doce horas, cuando llegan al intestino grueso producen gases. Esto es algo notorio en determinados individuos. Pero los suficientes como para preocuparnos, pues dichos gases (bien con ruido, bien a la chita callando) producen efecto invernadero y, por eso mismo, ayudan al cambio climático contra el cual está empeñada Moncloa.

–Pero, óigame, un follonazo no es lo mismo que un pedo.

¿Cómo que no? El follonazo es puro gas. Y el pedo, aunque se manifiesta ruidosamente, también es gaseoso. Lo que pasa es que, al salir, actúa como el soplido en el clarinete y da lugar a un pequeño trueno. Los expertos no se han manifestado todavía con tanto altavoz sobre los gases del hombre (y de la mujer, con perdón), como lo han hecho sobre los de las vacas. Esos animales, aunque no coman garbanzos, se tiran unos cuescos que claman al cielo. Ahí donde los ves, tan discretos que solo dicen 'muuuu', sueltan por debajo del rabo doscientos gramos de metano al día.

–Que son cinco kilos en unidades de CO2.

Correcto.