Últimamente andamos a vueltas con la distopía. Pero, claro, al ser más palabreja que palabra, conviene explicar de qué va. Nada tiene que ver con ... la miopía, salvo si planteamos esta como incapacidad para intuir la que en su momento sería una Humanidad distópica.
Publicidad
–A ver si nos va a dar usted el día, jefe.
Tranquilo. Eso será solo mientras esperamos la vacuna. Una vez inmunizados, váyanse las distopías por donde mismo vinieron. Digo que películas y series de consumo masivo nos están mostrando una sociedad futura totalmente lamentable. Un vivir de alcance interplanetario donde todo sería puro desastre. Como si se hubiera producido un deterioro progresivo de los usos sociales, dando lugar a una regresión muy penosa.
Eso es precisamente lo que se llama distopía, justo lo contrario de utopía. Y aunque parezca que sí, no es una expresión nueva. (Ya la usaba incluso nuestro Quevedo). Lo que pasa es que ciertas expresiones, cuando no nos servimos de ellas, acaban pareciendo recién paridas. Esta es la cosa. En nuestro tiempo, la que ha funcionado es su contraria, la utopía. Esta sería una situación digamos ideal. Es cuando todo está cojonudo. Los individuos son buenos y felices. Moncloa no tiene que preocuparse de nosotros, porque cada español hace lo que debe y no lo que le sale de ahí. Tenemos prosperidad y, si me apuras, felicidad.
–O sea, la leche.
No diré que esa manera de verlo sea genial, pero me vale. ¿Cómo traería aquí un ejemplo? Vamos a ver. Hablemos de La Uno (que, por cierto, ha cambiado el formato del telediario, añadiendo una tabla de planchar).
Publicidad
–Vaya. Y parece que hubieran metido al pobre Zanganillo en un cajón oscuro, donde se le nota al muchacho agobiado.
De acuerdo. Pues eso es distopía. (Pero, ojo, no se llama Zanganillo, sino Franganillo. El lector ha incurrido, desde luego que sin querer, en un patinazo distópico). La novedosa escenografía nos muestra al presentador encerrado entre cuatro paredes totalmente distópicas, a la espera (distópicamente hablando) de una ropa y una plancha que no terminan de llegarle.
Solo me queda por señalar que, quizás influidos por un pesimismo viral, se nos está imponiendo un cine pesimista, donde todo es malaje.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión