Urgente Un terremoto de 2,6 grados sacude Murcia y alarma a los vecinos

Cruzar las vías sin las vías

LA ZARABANDA ·

Lo que valen, para miles de vecinos, veinte metros de nada

Miércoles, 24 de marzo 2021, 01:26

La ciudad de Murcia lleva unos días desperezándose. Desde que taparon una parte del soterramiento del AVE, ya cruzan los vecinos sin pisar raíles. Es ... como si de pronto a la vieja dama se le hubieran soltado las cintas del corsé, dejando que las oprimidas carnes salieran a flote.

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Qué sensación de alivio, de bien respirar y de disfrutar de los espacios. Como el toro que sale del cajón, el zagal que abandona el aula para el recreo, el pajarico que al fin ve abrirse la puertecilla de la jaula, que a lo primero no se lo cree y permanece estático. Pero cuando, después de mirar, bien a la dueña, bien al cuadrado sin alambre, emprende el vuelo camino de la libertad.

No habrán celebrado los vecinos el acontecimiento como hubieran querido, por culpa del puto virus. Pero, en cuanto resulte posible, sería bueno llevar allí verbenas de variadas músicas. Marchas para desfilarlas, boleros para soñar y aquella de 'al compás del chacachá, del chacachá del tren, qué gusto da viajar cuando ya no está el tren'. Y, ya de madrugada, para relajo de los fatigados cuerpos, un castillo de fuegos artificiales de los del buen Cañete. Así podremos meternos en la cama acompañados por la estela de los cohetes, el colorido de las palmeras y los ringorrangos de las culebrinas.

Desde hace unos días, puedes asomarte a la calle y elegir a cuál de las dos Murcias deseas ir. Aunque, si lo miras bien, ahora solo hay una. Doble de grande y de accesible que cada una de las otras dos. Cuentan que los zagales del lugar (y algunos ya adultos) practican un juego recién urdido. Consiste en asustarse en falso para después reírse. Llega uno y, cogiendo al amigo del brazo, le grita: «¡Cuidado! ¡Que te pilla el tren!». El otro se queda blanco y como sin sangre en las venas, hasta volver a la feliz realidad de que aquel estruendoso enemigo huyó herido de muerte.

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Siglo y medio después, cualquiera puede pasar (y tan pancho) desde la calle de Ojós, en Santiago el Mayor, hasta la del Pintor Muñoz Barberán (tenía que ser Manolo quien trajera la buena nueva), en el Infante.

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