Hay que decirlo tal como es. Desde que empezó la pandemia, del conviviente se ha venido hablando más bien poco. Lo cuidas si es menester, ... no diré lo contrario, pero de ahí no pasas. Tú sabes desde que te despiertas por la mañana que está allí. En el salón, en el cuarto de baño, en la cocina, en la terracita tomando el aire... Pero al no estar seguro de tenerlo a disposición, lo ignoras. Es como si, de tanto como existe, de tan evidente como es su persona, fuera un espíritu.
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–Y las convivientas, ¿qué?
Pues lo mismo más o menos. Están a lo suyo. Igual que los otros miembros de la familia. En unas casas hay más convivientes que convivientas, en otras más convivientas que convivientes, y en la que hace pico esquina, están empatados. Es algo que lo tocas con la mano, pero nadie lo va pregonando por ahí. En última instancia, el conviviente es aquel ante el que puedes quitarte la mascarilla y que no pase nada.
Convivientes y convivientas se dan muy por sabidos. Y por eso pasa lo que pasa. Cuando quieres echar mano de alguno, ignoras dónde demonios está. Porque el conviviente coge la puerta y se larga (a lo mejor hasta te da un beso), pero no siempre se te ocurre preguntarle qué marcha lleva, ni en qué lugar pondrá el huevo, a ver si me comprende usted.
Hace nada, Moncloa los ha puesto de moda, pero por sorpresa. Nos ha cogido a todos con el pie cambiado. Como le pasó al portero de la Roja, la tarde aquella. La autoridad complaciente ha decretado que puedas ir en tu coche y sean cuatro los convivientes a bordo. Esto forma parte de la 'novísima normalidad' (que pronto se volverá anómala con la Quinta Ola). Y ya tenemos encima una preocupación nueva. ¿Dónde encuentras a estas horas (y con la que está cayendo) a tres convivientes que juntándolos conmigo hagan cuatro? Pues cualquiera lo sabe. Así es que aquí me tienes, con cara de idiota y sentado al volante, pero sin atreverme a arrancar.
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–Yo le prestaría alguno de los míos, pero tampoco los tengo a mano.
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