Veo bien (y si digo otra cosa miento) que San Esteban haya prohibido las reuniones entre no convivientes, desde la dos hasta las seis de ... la madrugada. Pues queda más que claro que esas no son horas de estar con alguien que no sea la esposa de uno. Porque, a ver: ¿qué hace una pareja de no convivientes a las tres y media, siendo noche cerrada, cuando canta el cuclillo y ladra a lo mejor algún perro en la lejanía?
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–Pues hombre...
¡Que no, que no! No hay que ser tan longuividente, como lo era el dios Zeus, para sospechar que algo raro está ocurriendo. Dos no convivientes, que no se convivan en nada, que pudieran ser meros allegados (o ni siquiera eso), ¿qué hacen juntos y probablemente revueltos a la luz de las estrellas?
–Manitas, ¿no?
Aceptemos que manitas. Pero es que eso lo tiene terminantemente prohibido San Esteban, en evitación de un contacto sospechoso. Y contagioso al menor descuido. Es de cajón que dos convivientes, acogidos a la oscura noche, cada uno estará en su cama, durmiendo a pierna más que suelta. Y con todas las ventanas cerradas, desde luego, para espantar las calurosas temperaturas mínimas que, de tan altas como se comportan, parecen máximas. Puede que se revuelvan en el lecho y que el calor los despabile, pero será solo por unos instantes. A lo mejor van al váter a mear, pero en seguida vuelven al sueño reparador. Sobre todo si es gente que trabaja. Esto que digo no hay quien me lo mueva.
Pero si los individuos reunidos a hora tan extemporánea son individuo e individua, amén de no convivientes, no me diga el lector que, sin entrar en mayores averiguaciones, no deberá San Esteban mandarles a los guardias. La Santa Compaña rediviva, diría yo que habría que poner en marcha, para que les diera el pasmo que por su lascivia merecen.
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–¿Y no es muy aventurado presuponer lascivia?
¿Qué cosa sino lascivia pura y dura puede resultar del juntamento de uno y una (o de dos unos o dos unas, si hablamos de los tiempos que corren) a esas horas no laborables? ¡Por favoooor!
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