Antonio Arco nos ha traído, en el Dominical de LA VERDAD, a la última (o mejor penúltima) Concha Velasco. En dos páginas del periódico nos ... resume, usándola como companaje, a la que fuera, hoy ya menos, muchachita de Valladolid. Yo guardo una experiencia curiosilla de cuando era Conchita.
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Era el tiempo en el que todo parecía empezar. La carrera de Conchita Velasco, la andadura de la COPE, el Madrid de los sesenta (todavía ayuno de Ayuso) y mi particular encerrilamiento por hacer periodismo. Los arzobispos españoles de 1956 nombraron una comisión, la cual le encargó a un cura, Jesús García Jiménez, que organizara la radio eclesial. Nacía así la Cadena de Ondas Populares Españolas (COPE). El dicho cura me llamó y me encomendó crear un programa/espectáculo, para enviarlo a las emisoras de provincias. En realidad, un show radiofónico, como si fuera en vivo y en directo, con entrevistas a famosos y todo eso. Como Fiesta en el Aire, pero a mi aire.
Con un magnetófono que pesaría sobre los quince kilos, iba yo en el Metro visitando celebridades, desde el maestro Rodrigo hasta Lola Flores. Y luego, con ese material y un guion de mi cosecha, en un estudio cerca de la Glorieta de Bilbao, grabábamos (no recuerdo si bajo el título de Candilejas o Festival) Maricarmen Goñi, Ernesto Lacalle, Joaquín Visiedo (locutores de Radio Intercontinental) y un don nadie, servidor.
El día que le tocaba a Conchita Velasco, cogí el Ingra, me baje en Sol, tiré calle del Arenal abajo y me metí en el Teatro Eslava, que lo llevaba el Marqués de las Marismas. Me recibió ella, que tenía 20 años. Y yo 19. Allí los dos, tan jovencicos. En su camerino. Conchita, medio desmadejada, descansando en el entreacto, con ambas piernas, '¡uf!', enfundadas en sendas mallas. Por fin primera vedette (después de vicetiple con Celia Gámez) de la revista: 'Ven y ven... al Eslava'. Simpática/guapísima, más aquella voz cantarina/divina.
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Y ahora viene lo mágico. Pues que, leyendo absorto lo de Arco, he sentido el vértigo de que todo eso que Concha le cuenta a él, fue lo mismo que Conchita me contó a mí sesenta y dos años antes.
¿No es para flipar?
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