Los amigos muertos

LA ZARABANDA ·

Volvemos a sentir la angustia de los que ya no están con nosotros

Sábado, 26 de junio 2021, 01:32

Ahora que mueren menos gracias a las vacunas, la ausencia de los amigos que se fueron cobra una fuerza desmesurada. Viene a ser como si ... todos hubieran muerto ayer mismo. Y no hablo únicamente de los que ha matado el virus, sino de todos aquellos familiares/amigos que murieron en este último año y medio. A ninguno lo pudimos despedir como es debido, haciendo piña y compartiendo disgusto con los que quedábamos aquí.

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Ahora que, insisto, muere menos gente, las víctimas de la pandemia (cayeran o no por culpa directa del virus) han cobrado la actualidad de lo inmediato. Y comoquiera que fueron unas muertes 'de periódico', y muchas ni siquiera tuvieron el relativo consuelo de la despedida, nos remuerde que no las llorásemos como nos correspondía llorarlas. Así es que nos decimos con el sabio: «Qué resentido estoy con la civilización por haber desacreditado las lágrimas. Por haber desaprendido a llorar, estamos todos sin recursos, pegados a nuestros ojos secos».

Volvemos a caer en la cuenta, pero de otra manera, de que nuestros muertos ya no están con nosotros. Y notamos cómo su no estar, su no presencia, ha mutilado el paisaje de nuestro antiguo vivir. Aquella estampa en la que posábamos todos juntos dentro de un mismo paisaje. Al ser tan 'de riesgo' como lo fueron ellos, hemos salido estos días por primera vez de nuestra casa. Y si reflexionamos un poco (solo si reflexionamos), advertimos que el mundo que viene a nuestro encuentro ya no es de antes. Nos faltan nuestros amigos.

Conforme vayamos accediendo a la 'nueva normalidad' (aunque sea a trancas y barrancas, y con mucho sacrificio) iremos recuperando una parte de lo perdido. O incluso algo más que eso, si las cosas se dieran medio bien. Pero la ausencia del amigo, esa ya no se resolverá jamás. En el trabajo de cada día, en el descanso de la atardecida, en la tertulia entre varios... El favor que te hago o me haces, hablar por hablar... Reírse, pero también asomarse al abismo de los problemas y compartirlos. Incluso los enfados. Y, por encima de todo, la reconciliación. Ese «¡joder, no te cabrees, tío!» y la palmada en la espalda.

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