Lo de Carlos Alcaraz no tiene nombre. –¡Pare el carro! ¿Acaso tiene usted algo que objetarle al zagal?
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No lo quiera Dios. Todo lo ... contrario. Pasarse, en los últimos diez días, más de trece horas y media en la pista, no lo aguanta ni el dios Zeus, «que se huelga con el rayo –según reza la Odisea– y acompaña a los venerandos suplicantes». Este zagalón es imparable. Sucede también que se hizo famoso por sorpresa, como llegan los milagros. Me refiero a que no hubo marketing previo. De ahí que nos cogiera a todos desprevenidos con su épica y sus capacidades para el dominio del tenis, estando como estábamos preocupados y confusos por esa historia interminable que es la subida del precio de la luz.
Suele decirse que los de la etnia murciana (gentes de vino y zarangollo) somos más vez del tipo medianejos. Digo en saber y gobierno. Y que por eso la Región echa gusto a provinciana. Pero también es de dominio público que esta curiosa tierra produce ejemplares humanos de mucha categoría. Semidioses como este Carlicos Alcaraz que, de tanto darse por encima de los límites, a poco revienta. No sacaré aquí ahora a relucir los nombres de tantos personajes de lustre que parió esta tierra, pues de seguro que me faltaría papel.
Tenemos muchos pintores, escultores, escritores, poetas, inventores, emprendedores, agricultores, actores... (Pensémoslos también en femenino). O sea, tantos 'ores' y 'oras' como se le vengan al lector cultivado a la cabeza. Esto que cuento no es una forma municipal y espesa de vernos a nosotros mismos. Son referencias que a la vista están. Y si en concretas circunstancias nos tenemos a nosotros mismos por menos –como en el cuasi asesinato del Mar Menor–, en otras podemos presumir de individuos que han dado que hablar (para bien y muy bien) dentro y fuera de nuestros límites territoriales. Sin mortificarnos, pues eso no mueve molino, porque el contorno regional conforma en el mapa una calabaza, con su cuello altiplano y su ancha panza de vega y litoral.
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Algunos murcianos superiores, como Carlos Alcaraz, debutan con un destello tan rutilante, que nos deja a todo el mundo 'morciguillos', digo encandilados.
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