Este verano, lea en su contenedor más cercano
Dentro de un contenedor en Corvera, encontré más de medio centenar de libros de todo tipo: de bolsillo, de sobremesa, de tapa dura...
Un domingo puede ser muchas cosas. Para mí, en el mejor de los casos, es levantarme tarde -a las nueve o nueve y media- hacerme ... un café con leche y sentarme en el sillón a leer. El suplemento dominical de la semana anterior, un buen cómic, un ensayo o una novela. Leer es un lujo que no siempre podemos permitirnos. Exige tiempo, concentración y por supuesto un libro. Y es precisamente esto último lo menos lujoso de todo el elenco de requisitos para este capricho analógico en esta era digital.
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Aunque ahora podamos mirar al libro como algo tosco, lo cierto es que se trata de un dispositivo tecnológico bastante sofisticado. Hasta su invención en el siglo I a. C. leíamos en tablillas o pergaminos y algunos pensaban que el libro sería un fiasco porque eso de pasar páginas interrumpía la lectura fluida del pergamino.
Para tener un libro se necesitan muchas cosas. Papel, elaborado a través de procesos industriales complejos que combinan fibras vegetales, blanqueadores y colas en fórmulas que dan la pasta con la que se crea el papel prensado y cortado en apenas unas micras de grosor. Luego está la impresión y la encuadernación que requieren de maquinaria de alta precisión y personal especializado que no abunda hoy en día. Pero antes de todo esto hay profesionales de la edición y también del diseño, como un servidor. Nosotros tomamos decisiones estéticas y funcionales sobre cómo debe ser este dispositivo: tamaño, tipografía, materiales, tipo de encuadernación, estilo de maquetación, sangrados, márgenes... Un trabajo importante pero, obviamente, no tanto como lo único y verdaderamente imprescindible en la 'ensalada', el autor: novelista, poeta, dramaturgo, dibujante, fotógrafo... Sin autora o autor no hay libro, pero tampoco lo hay sin impresor, encuadernado, editor o diseñador.
Un libro puede ser el digno resultado del trabajo de toda esta gente, pero también puede ser basura, combustible de chimenea, un elevador de pantalla o material decorativo para un bar hipster. En al menos tres de estos cuatro nuevos usos del libro, impensables en el siglo XX, podemos encontrar cierta utilidad al trabajo de tanta gente. Pero hay uno de ellos que es del todo un desprecio a tanto tiempo y esfuerzo. El libro basura.
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Eran libros de Clarín, Cervantes, Quevedo... barajados con 'packs' de Steinburg y cartones de Amazon
Y nos referimos aquí, literalmente, a libros dentro de un contenedor como los que me encontré el fin de semana pasado en Corvera, término municipal de Murcia. Más de medio centenar de libros de todo tipo. De bolsillo, de sobremesa, de tapa dura, de tapa blanda, infantiles, juveniles, clásicos, novelas, teatro, poesía... Más de medio centenar de libros con sus marcaciones de biblioteca: Clarín, Cervantes, Quevedo, Rosalía de Castro, Daniel Defoe, Camus y García Lorca barajados con 'packs' de Steinburg, cartones de Amazon y Zalando y cajas de pizza.
A veces nos preguntan si tiene sentido seguir diseñando y produciendo libros en un mundo donde pasamos más horas mirando una pantalla que un paisaje. La respuesta es claramente afirmativa. El dispositivo condiciona la experiencia y al igual que no es lo mismo beber vino en vaso de plástico que en copa de vidrio, no es lo mismo leer en pantalla que con un tomo entre tus manos. Pasar una página iluminada por el sol de la mañana con tus propios dedos es otra cosa.
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Sí, bueno, es que estos diseñadores son unos románticos, me diréis. Lo cierto es que no más que cualquier otro hijo de vecino.
La lectura es una tendencia al alza en nuestro país desde hace más de 10 años con un crecimiento continuo del 5,7% (según el Barómetro de Índices de lectura del Ministerio de Cultura y Deporte). No leemos menos, leemos cada vez más y precisamente son los adolescentes el grupo que más crece apuntalando al libro. Y no es porque leamos más en pantalla. La compra de libros en papel también crece. El año pasado más de la mitad de la población compró al menos un libro 'no de texto', que alguien había escrito, editado, diseñado, impreso y encuadernado.
¿Entonces por qué tiramos libros? Quizá la culpa no sea de las bibliotecas, que se limitan a hacer espacio para las nuevas adquisiciones. Vivimos en una cultura de lo desechable en la que el libro ha entrado en la categoría del periódico: leer y tirar… algunos libros por interés caduco, otros por ediciones precarias que no aguantan ni una segunda lectura y otros simplemente por un sistema incapaz de reubicar estos títulos en lugares donde pueden ser más apreciados.
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Así que, si está pensando en comprar un libro para este verano, pase por su biblioteca y pregunte. Es posible que pueda salvar del contenedor un Barco de Vapor capaz de embarcar a sus criaturas en historias de los noventa o alguna joyita del Siglo de Oro de las que nunca pierden brillo.
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