Así me parece

El voto útil

Con la aparición de nuevos partidos, en la izquierda y en la derecha, hemos vivido tiempos políticos agitados e inciertos

Durante las décadas iniciales de la actual democracia española funcionó un sistema bipartidista imperfecto. En la derecha estaba el PP. Tras varios experimentos de coalición ... electoral, Alianza Popular logró absorber a los pequeños partidos liberales y democristianos, incorporando en sus filas a muchos de sus dirigentes, y extendiendo su espacio político a los que entonces llamábamos «la mayoría natural». A su derecha quedaba Fuerza Nueva, que nunca logró tener un amplio electorado. Y a su izquierda, durante algunos años, sobrevivió el Centro Democrático Social, de Adolfo Suárez. De este modo, cuando se refundó el partido y Aznar fue designado presidente en el Congreso de Sevilla, el PP ya había logrado unificar el centro derecha. Su espectro electoral era muy amplio: desde la derecha conservadora, hasta las fronteras de la socialdemocracia, pasando por los liberales y democristianos.

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En la izquierda pasó algo parecido. Entre los diversos partidos socialistas, como los históricos y el PSP de Enrique Tierno Galván, el PSOE supo alzarse con la hegemonía en este espacio electoral, integrando a todos los socialistas y dejando a su izquierda solo al PCE, que más tarde se presentaría como Izquierda Unida. En las generales del 28 de octubre de 1982, el PSOE obtuvo 202 escaños, dejando al PCE con tres escaños, más un escaño del PSUC.

Durante muchos años, el PSOE y el PP se turnaron en el poder. Aunque, ciertamente, no siempre obtuvieron mayoría absoluta, necesitando a veces el apoyo de los nacionalistas vascos y catalanes. En todo caso, este bipartidismo imperfecto funcionó bien.

Ahora, ante las elecciones generales, de antemano ningún partido quiere la coalición

Todo cambió, sin embargo, a partir de 2008. La crisis financiera y la equivocada política de austeridad impuesta por Angela Merkel, que supuso la reducción de recursos para los grandes servicios públicos, originaron una fuerte contestación en las sociedades europeas. La indignación de los desprotegidos fue canalizada en movimientos políticos que fracturaron el espacio electoral de la izquierda. En España, la aparición de Podemos alejó las esperanzas de que el PSOE pudiera volver a ganar con mayoría absoluta.

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En el centro-derecha hubo una doble fragmentación: por el centro, Ciudadanos creció al denunciar ciertos supuestos de corrupción, y al presentarse como un partido liberal que defendía la unidad de España. Y por la derecha creció Vox, a causa de los titubeos y errores de Mariano Rajoy y del conflicto creado por los separatistas catalanes en septiembre-octubre de 2017. Con esta doble fragmentación, parecía poco menos que imposible que el PP volviera a ganar con mayoría absoluta.

Con la aparición de estos nuevos partidos en la izquierda y en la derecha, hemos vivido tiempos políticos agitados e inciertos. Y hemos asistido a la formación de coaliciones de gobierno cuya convivencia no siempre ha sido pacífica.

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No obstante, hay actualmente indicios de que las aguas están volviendo a su cauce. Parece que el bipartidismo imperfecto va a regresar. El PP no ha necesitado de coaliciones para gobernar en Andalucía, ni en la comunidad autónoma de Madrid, ni en el Ayuntamiento de Madrid, ni en el de Murcia, ni en otras muchas instituciones. Y el PSOE no necesita a nadie para gobernar en Castilla-La Mancha, ni en muchos ayuntamientos.

Ahora, ante las elecciones generales, de antemano ningún partido quiere la coalición. Los partidos grandes, porque las coaliciones de gobierno les obliga a relegar algunos de sus principios básicos, y eso desfigura su identidad política. Las bases socialistas, durante estos años, se han indignado al contemplar algunas claudicaciones del PSOE ante los planteamientos de Podemos. Y solo el señor Mañueco sabe lo que está teniendo que tragar en Castilla y León ante las exigencias de Vox. En cuanto a los partidos pequeños, se está comprobando la virtualidad de la regla de que en una coalición siempre sale perjudicado el partido más pequeño. Podemos ha salido muy trastabillado de la experiencia. Y el caso de Vox, que reclama coaliciones de gobierno, es un simple supuesto de inexperiencia. Aún no puede ni imaginarse el gran riesgo que corre de ser absorbido por el PP. Por eso todavía no teme el abrazo del oso.

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Lo ideal sería, pues, que no fuesen necesarias las coaliciones. Pero, para ello, se necesita la mayoría absoluta. No basta con ganar. No basta la mayoría relativa. Y eso, ¿cómo puede conseguirse? Los dos grandes partidos están apelando al voto útil. Se trata de simplificar las cosas: que la gente de derechas vote al PP, y que la gente de izquierdas vote al PSOE. Que el electorado de uno y otro lado se deje de tiquismiquis y zarandajas. ¡Claro que el PP no es perfecto! Pero es el único que puede ganar. Y, ¡claro que el PSOE de Sánchez no es perfecto! Pero dejar de votarlo favorece la victoria del PP. Voto útil, en fin. Y sencillo: que la gente de derechas vote al PP, y que no se le ocurra votar al PSOE para frenar a los comunistas. Y que la gente de izquierdas vote al PSOE, y no al PP, para impedir que necesite a Vox. Así de sencillo. Y así de lógico.

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