De vez en cuando, Felipe González sale de su retiro y nos sorprende con algunas declaraciones. Esta semana ha dicho que no recuerda ninguna época ... en la que la sociedad española estuviese tan radicalmente polarizada como en la actual. Y nos propone que denunciemos a los inductores de esta polarización tan extremada. Con estas palabras, el viejo líder socialista quiere denunciar la radicalización de la vida política española, que necesariamente influye en esa polarización de la propia sociedad.
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Felipe González tiene razón: la sociedad española está demasiado radicalizada. Tenemos dos graves problemas: la falta de solidaridad territorial y la falta de solidaridad social. Y, ante ellos, una parte importante de la sociedad ha optado por creerse las soluciones simplistas que proponen algunos radicales. Y, a mayor acentuación de los problemas, más radicalización. La falta de solidaridad territorial que, por ejemplo, ponen de manifiesto los separatistas catalanes, indigna, crispa y radicaliza al resto de la sociedad. Y la falta de solidaridad social que se aprecia cuando el ciudadano medio sufre las consecuencias de la brecha de desigualdad, o la subida de los precios, o la precariedad, o el desempleo, también indigna, crispa y radicaliza políticamente a la sociedad. Hay, pues, terreno abonado para que se extienda la plaga de la radicalización. Los partidos políticos lo saben. Y algunos de ellos se dedican a fomentar la crispación y la radicalización política. Les resulta rentable electoralmente.
Ahora bien, no es suficiente con denunciar y reprochar su conducta a los inductores de la polarización. Hay que atajar el mal de raíz. Y, para ello, en mi opinión, los partidos políticos, las organizaciones sociales y económicas, y los medios de comunicación, deberían desarrollar una intensa labor de pedagogía social, sobre los siguientes puntos:
La aberración moral que supone el adanismo no depende de la edad del que la padece
1. El antídoto de la polarización es la moderación, que difumina los extremos y permite el acercamiento y el dialogo. La moderación hizo posible la Transición. Y solo la moderación nos garantiza un futuro en democracia, paz y en libertad.
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2. Pero la moderación es una actitud mental, que implica el rechazo de todo dogmatismo. Significa admitir que nadie está en posesión de la verdad absoluta; que todo el mundo tiene su parte de razón; que todo es relativo; y que, en muchos casos, la solución será la suma de la opinión de varios.
3. Hay que enseñar a rechazar el maniqueísmo. No hay buenos ni malos. Porque hay mucho de bueno en los malos, y mucho de malo en los buenos. En política no hay enemigos, sino adversarios. Nadie es nuestro enemigo por sostener una opinión diferente. La oposición política debería entender que no todo lo que hace el Gobierno es malo. Y debería no oponerse a todo por sistema, y, de vez en cuando, darle la razón al Gobierno, apoyando en lo que proceda (por ejemplo, en la reforma laboral). Y, viceversa, el Gobierno debería entender que algunas propuestas de la oposición serían buenas para el país; y aceptarlas, y agradecerlas. No es en absoluto razonable que unos y otros intenten hacernos creer que Pedro Sánchez es un demonio emplumado, o que Alberto Núñez Feijóo es un insolvente que actúa de mala fe.
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4. En consecuencia, también hay que enseñar a rechazar la supuesta superioridad moral que algunos intentan arrogarse. Ciertos políticos se han ubicado por sí mismos en un plano elevado de excelsitud moral. Según sus mensajes, ellos solos son los buenos, los honrados, los libres de todo pecado y corrupción. Los demás, sus 'enemigos' políticos, son, según ellos, gente depravada, inmoral y corrupta. Se trata de una arrogancia completamente infundada. Y de una petulancia absurda e insoportable. En todo caso, esta supuesta supremacía moral contribuye a crispar y a indignar.
5. Y, en fin, hay que referirse a que el adanismo también polariza y radicaliza. Hay gente que llega a la política y quiere convencernos de que ha descubierto el Mediterráneo. Antes que ellos, por ejemplo, no había feminismo; nadie luchaba por la igualdad de género; el Código Penal no castigaba la violación y el estupro. Nos dicen que, sin ellos, no habría igualdad ni libertades. Y, en el colmo de su estulticia, menosprecian la Constitución y el régimen del 78.
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La aberración moral que supone el adanismo no depende de la edad del que la padece. Ahora, por ejemplo, nos quieren convencer de que Ramón Tamames, a sus ochenta y nueve años, va a plantear por fin en las Cortes temas que hasta ahora no se habían debatido. Pero, ¿realmente queda algo por debatir? ¿No será esto también adanismo?
No sé si se llevará a cabo, o no, esta labor pedagógica por los partidos políticos, los agentes sociales y los medios de comunicación. Si no se mirase solo al corto plazo, se convencerían de lo importante que es realizarla. Pero, en todo caso, estoy plenamente seguro de que, si se lleva a cabo esta labor de convencimiento social, habremos comenzado el regreso a esa moderación de la que la España actual está tan necesitada.
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