Los jóvenes son el colectivo que sufre una situación de desigualdad más aguda en España. No hay más que ver su situación laboral o las ... dificultades que encuentran para emanciparse, las dos condiciones materiales básicas para desarrollar una vida adulta.
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Nada hay de sorprendente en que tengan más dificultades cuando comienzan a trabajar que los adultos. Que les cueste más encontrar un empleo o que sus ingresos y su estabilidad laboral sean menores. Cuando uno empieza tiene que rodarse, acumular experiencia y encontrar un lugar que encaje bien con sus habilidades.
Lo que no es tan fácil de asumir es que las diferencias en las condiciones de trabajo entre jóvenes y adultos sean mucho mayores en España que en la mayoría de países de la Unión Europea, en todos los aspectos relevantes: la probabilidad de encontrar un trabajo, la posibilidad de que este se ajuste a su formación, el nivel de la remuneración o la estabilidad en el empleo. El paro juvenil dobla a la media de la Unión Europea, algo habitual que parece que hemos pasado a considerar algo así como una ley natural contra la que nada se puede hacer.
Las personas que empiezan a trabajar en años de crisis inician su carrera con peores condiciones laborales
Aún es menos aceptable que las condiciones de trabajo en nuestro país hayan empeorado de forma persistente: los jóvenes cobran menos y su trabajo es más precario ahora que hace cuatro décadas. No es que el salario por hora de trabajo haya bajado, el problema es que los contratos temporales, que son los más frecuentes para ellos, son de menor duración que hace unos años y que han aumentado los empleos a tiempo parcial –indeseados con frecuencia–. Además, el ritmo al que mejoran los sueldos y se logra cierta estabilidad laboral se ha ralentizado en relación a lo que era habitual hasta hace quince años. Así se refleja en el trabajo publicado en 2021 por la prestigiosa Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA), 'La evolución del empleo y la renta juvenil'. Es fácil encontrar otros trabajos de instituciones nacionales o internacionales que llegan a conclusiones similares.
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En estas condiciones, ¿quién podría sorprenderse del retraso progresivo de la edad de emancipación? Hoy al menos dos de cada tres jóvenes de 25 a 29 años vive con sus padres, más que hace diez o veinte años y más del doble que en Francia o Alemania, aunque es cierto que Italia nos acompaña. A los 30 años solo el 7% posee una vivienda en propiedad, cuando antes de la crisis financiera era el 20%. Como el acceso a la vivienda en propiedad es un bien de lujo, una parte creciente de los que se emancipan, cerca de la mitad, vive en alquiler, pero tampoco es una alternativa fácil: como la oferta de viviendas no ha subido a igual ritmo que la demanda, el alquiler se han disparado haciendo que esta vía también sea inaccesible para muchos.
Sin duda las crisis que hemos sufrido desde 2008 ayudan a explicar esta situación. Las personas que empiezan a trabajar en años de crisis inician su carrera con peores condiciones laborales y les cuesta muchos años recuperar esa desventaja inicial. De hecho, la pandemia llegó cuando los jóvenes ni siquiera habían recuperado el empleo o las remuneraciones que tenían en 2008.
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Sin embargo, que los jóvenes españoles lo tengan peor que sus pares europeos es cosa nuestra, no es por mala suerte ni por ninguna conjura exterior. Tiene que ver con asuntos como el mercado laboral y la alta temporalidad, que afecta más a los jóvenes, eleva la precariedad, daña la productividad y ralentiza la progresión laboral; con las deficiencias de nuestro sistema educativo, que muestra malos resultados en las pruebas estandarizadas a escala internacional desde la primaria a la universidad; con el escaso peso de los sectores más innovadores y dinámicos en nuestra economía o con políticas de vivienda deficientes: ¿dónde está el parque público de viviendas de alquiler?
En los últimos tiempos se han hecho cosas que van en la dirección correcta, como la subida del salario mínimo, la conversión de muchos empleos temporales en fijos discontinuos, algo que mejora la estabilidad laboral, aunque no sea Jauja, o la reciente reforma de la formación profesional, que impulsa su carácter dual al combinarla con el trabajo de prácticas en la empresa –aún es pronto para ver si funciona–. Sin embargo, no es suficiente en absoluto. Los poderes públicos, todas las administraciones, tienen que involucrase mucho más para mejorar la situación de la juventud, huyendo, eso sí, de las soluciones mágicas o de 'sentido común' que proponen algunos, esas que simplifican el problema y atacan a los síntomas y no a las causas.
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No digo yo que la solución sea fácil, pero visto el contenido (?) y el tono frívolo y faltón del debate político, parecería que este problema tampoco existe en la esfera pública. Será que los jóvenes son minoría en la población, no tienen lobby que les escriba y votan menos que los adultos.
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