Se ha consumado en España un nuevo y mortífero atentado contra su unidad. Se trata del capricho promovido por el PSOE de Pedro Sánchez de ... permitir el uso de las lenguas regionales en el Congreso de los Diputados, sede de la soberanía nacional. Otra cesión al separatismo con el único fin de ir despejando el camino para un nuevo mandato del presidente en funciones. El interés particular de Sánchez, su continuidad en el cargo, prevalecerá otra vez sobre los intereses generales de los españoles.
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Los exégetas del 'sanchismo', siempre dispuestos a interpretar las decisiones de Sánchez en clave de progreso, nos dirán que esta decisión favorece la pluralidad de España y de sus lenguas. Pero el análisis es falso. En el momento en que en la Carrera de San Jerónimo se visualice el insólito espectáculo de que un diputado de Murcia o de Guipúzcoa tenga que usar el pinganillo de la traducción simultánea para saber lo que dice uno de Lérida, cuando minutos después en la cafetería se entenderán perfectamente en nuestra lengua común, el español, estaremos asistiendo no a un acto para reafirmar nuestro destino común, sino para remarcar que unos españoles son diferentes y superiores a otros españoles por el hecho de usar una lengua distinta.
El separatismo en España se cimentó inicialmente en la raza, especialmente el vasco como queda acreditado en los impresentables escritos de su fundador, Sabino Arana, xenófobo y racista, lo que traído a este siglo XXI no es admisible por lo que para justificar sus pretensiones de separación el hecho diferencial ahora no es la sangre, sino la lengua. El separatismo catalán lo entendió desde el primer momento y en Cataluña sus respectivos gobiernos se han afanado por hacer desaparecer el castellano de la Administración, la enseñanza y hasta el comercio. Estudiar en la lengua natal de miles de catalanes, venidos de otros lugares de España, se ha convertido en un verdadera via crucis y rotular un comercio en español es motivo de denuncia y multa.
La lengua pues como arma arrojadiza contra la idea de España va a tener carta de oficialidad en donde reside la soberanía del pueblo español, en un espectáculo nunca visto en ningún Parlamento del mundo, que tenga un idioma común tal como acredita el artículo 3 de nuestra Constitución que deja claro que la única lengua oficial del Estado es el castellano.
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Lo va a aplicar con entusiasmo la socialista presidenta del Congreso, Francina Armengol, por cuyo paso por el Gobierno balear quedan acreditados numerosos ejemplos de sectarismo contra la lengua de todos los españoles, que la han llevado, entre otras cosas, a perder las elecciones en su Comunidad, nada conforme con un procatalanismo insultante para los propios habitantes de las Islas Baleares.
La barra libre de convertir nuestro Congreso en un esperpento que haría palidecer los de Valle Inclán, se complementará con el uso de otras lenguas alejadas de momento del virus separatista como el gallego, el bable o el aranés, aunque estas dos últimas sin pinganillo, sino que los diputados que las usen se auto traducirán. Más esperpento.
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Porque en España, tan dada a la desmesura, todo se lleva al extremo hasta las lenguas regionales o comarcales existentes en muchos otros lugares de Europa, pero que aquí las queremos oficializar, transformarlas en elementos que nos diferencien y que nos sitúen de nuevo en la Edad Media.
Ante este espectáculo creo que cabe tan solo la reacción que observé hace pocos días en el estreno de la temporada de ópera del Teatro Campoamor de Oviedo. Antes de que se levantase el telón para asistir a la representación de 'Manon' de Massenet, la megafonía de la sala hizo la habitual advertencia del uso de los teléfonos móviles en español, inglés y cuando la inició en bable, el sensato público ovetense que llenaba el teatro no permitió su escucha porque le dedicó un sonoro pateo.
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El derecho a patear lo que no nos gusta, lo que no queremos. Es lo único que nos queda ante una reforma del reglamento del Congreso, que debería realizarse por una amplia mayoría, y que la va a llevar a cabo solo la minoría gubernamental y sus aliados separatistas. Contra España y su lengua, esa que hablan 500 millones de personas en el mundo.
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