José Ibarrola
Nada es lo que parece

Relato de un náufrago

En ese reportaje novelado, que lleva el inequívoco sello de la genial e inimitable prosa de García Márquez, se cuenta la historia de Luis Alejandro Velasco

Viernes, 18 de agosto 2023, 00:31

Se llama Tim Shaddock. Un apellido que nos recuerda, ya es casualidad, al del capitán Haddock, el personaje de ficción creado por Hergé para las ... celebérrimas 'Aventuras de Tintín'.

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Shaddock es un señor australiano que, tras naufragar con su pequeño catamarán, acompañado de su perra 'Bella', en el Pacífico, fue rescatado después de cien días a la deriva. Pudo sobrevivir a base de atún crudo, y bebiendo el agua de la lluvia. Pero el suyo no es un caso único.

Hace más de medio siglo, en 1970, Gabriel García Márquez publicó en una editorial barcelonesa su libro titulado 'Relato de un náufrago'. Era el fruto de un amplio reportaje que el propio Gabo había difundido por entregas, durante catorce días consecutivos, en 1955, en el diario 'El Espectador' de Bogotá para el que trabajaba. Márquez, en el prólogo que va al frente de su obra, aseguraba que «si ahora se imprime en forma de libro es porque dije sí sin pensarlo muy bien, y no soy un hombre con dos palabras».

En ese reportaje novelado, que lleva el inequívoco sello de la genial e inimitable prosa de García Márquez, se cuenta la historia de Luis Alejandro Velasco, un náufrago que, finalmente, tras su odisea por el Pacífico, fue proclamado, a bombo y platillo, como se celebran estas cosas en los países cálidos y latinos, héroe de Colombia.

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Velasco logró vivir en altamar durante diez días. Comió, también, de lo que pudo extraer de las entrañas del mar y sobrevivió gracias a la lluvia y a sus propios orines. La nave en la que viajaba había salido de Mobile, en el estado de Alabama, y se dirigía a Cartagena de Indias, en Colombia.

A lo largo de casi el centenar de páginas de que se compone la obra, narrada en primera persona, como si el propio Velasco contara su aventura ante un nutrido auditorio, se aprecia, sin embargo, la mano que mece la cuna. Es decir, el estilo inconfundible de un García Márquez que empezaba a dejar de lado el periodismo y se decantaba por esa ficción que, con el tiempo, le valió todo un premio Nobel, así como, al menos, media docena de novelas de fama universal.

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Resulta conmovedor ese instante en el que Velasco siente por primera vez, en su largo extravío, la presencia, casi humana, de un ser. Se trata de una gaviota que se posa en él: «Pero tan pronto moví la cabeza empezó a picotearme el cabello, casi con ternura. Aquello se volvía un juego. Cambié varias veces de posición. Y varias veces la gaviota se movió al lado de mi cabeza». Finalmente, acuciado por el hambre y la sed, la agarra del cuello. Pero pensó, justo a tiempo, que el sacrificio resultaría inútil. Y, al ver sus ojos tristes, desistió de sus intenciones.

El mejor García Márquez de 'El coronel no tiene quien le escriba' o de 'Cien años de soledad' asoma ya en ese temprano reportaje de 'El espectador' cuando, por ejemplo, el náufrago por fin llega a nado a tierra. La primera impresión que experimenta es la del silencio. Después, el golpe de las olas. Y luego el murmullo de la brisa. «La sensación –concluye Márquez por boca de Velasco– de que uno se ha salvado, aunque no sepa en qué lugar del mundo se encuentra».

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Luis Alejandro Velasco, a través de un bufete de abogados, demandó a García Márquez porque consideraba que los derechos de autor de la obra de 1970, aparentemente contada por él mismo, le pertenecían por completo. Ni qué decir que perdió el pleito. El texto no era sino la recreación de todas las incoherencias y mentiras que le había referido a un avispado periodista. Y, por si fuera poco, García Márquez dejó claro que lo que esa nave en verdad transportaba era un enorme cargamento de droga. Una verdad que jodió toda una romántica historia de héroes de la nación colombiana, por lo que tuvo que salir por piernas de su propio país y exiliarse en Francia.

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