El largo estallido del 'boom' hispanoamericano
Más de medio siglo después, aún sigue vivo de la mano del último superviviente, el peruano –ahora también español– Mario Vargas Llosa
La reciente publicación de 'Le dedico mi silencio', la que, según confesaba el propio autor, va a ser su última novela, aunque promete un ensayo ... sobre uno de los amores de su vida, Jean-Paul Sartre –no en vano, algunos de sus amigos le llamaron durante un tiempo el 'sartrecillo valiente'–, ha sido la mejor manera de demostrar que el fenómeno del 'boom' de la literatura hispanoamericana no fue algo efímero, sino que, más de medio siglo después, aún sigue vivo, en pleno auge, produciendo libros de la mano del último superviviente, el más jovencito y apuesto de todas las fotos, el peruano –ahora también español– Mario Vargas Llosa.
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Aunque los 'gabistas', repartidos por todo el mundo, puedan poner precio a mi cabeza por lo que voy a decir, sigo convencido de que, pese a que 'Cien años de soledad' pase por ser la novela que impulsó el 'boom' hispanoamericano en todo el mundo, no por ello es el mejor libro de su género dentro de este grupo de escritores de élite en lengua castellana. Siempre me he inclinado –con permiso, claro, de otras novelas, a las que tengo en un altar, como 'El obsceno pájaro de la noche', de José Donoso, la 'Rayuela' de Cortázar, 'Tres tristes tigres', de Cabrera Infante, o 'La región más transparente', de Carlos Fuentes– por 'Conversación en la Catedral', de Vargas Llosa, que es, a mi entender, la obra más perfecta, la más completa, la novela total, la que en verdad representa esa sabia mezcla que se produjo entre la literatura autóctona, mágica y telúrica, y esa otra que procedía de Europa y de los Estados Unidos, con autores tan determinantes como James Joyce y William Faulkner.
Como repetía, una y otra vez, el profesor don Antonio de Hoyos cuando se veía en aprietos como este, las comparaciones son ociosas. Es decir, que no sirven para nada; quizá sólo para tomar disgusto. De manera que tampoco creo que sea oportuno montar una competición entre 'Cien años de soledad' y 'Conversación en la Catedral' para ver quién se lleva la palma. O entre García Márquez, el gran 'Gabo', o Vargas Llosa, el cadete de fino bigotillo que, en sus tiempos de París, como se plasma en alguna de sus novelas, ligó hasta con la Torre Eiffel.
Aunque los 'gabistas' pongan precio a mi cabeza, siempre me incliné por 'Conversación en la Catedral'
La biografía siempre ha jugado a favor de Márquez: una familia modesta, un trabajo de periodista mal pagado, una abuela con la que vivía el escritor y a cuya casa regresaban los muertos de su tumba; una etapa en París, como corresponsal de un periódico, en la que casi se muere de hambre, pero que provocó la escritura de una de sus obras más redondas y bellas, 'El coronel no tiene quien le escriba'; su exilio en México, donde se sentía mucho más seguro que en Colombia, donde en cualquier momento podía ser secuestrado por la guerrilla; y ese encabezonamiento y denodado empeño en considerarse castrista hasta el día de su muerte.
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Vargas Llosa, aunque no conoció a su padre, fue el típico hijo único que se crio entre algodones, rodeado de libros. Hizo siempre lo que quiso y, gracias a su talento, fue muy pronto reconocido como un escritor excepcional, con la publicación, cuando aún era veinteañero, de 'La ciudad y los perros'. También fue castrista, pero supo salir a tiempo de esa tela de araña que había tejido el dictador cubano. Comenzó siendo un muchacho de izquierdas, flirteó con el comunismo de su admirado Sartre, pasó luego a ser un socialdemócrata convencido, y ha terminado como un plácido burgués gentilhombre de derechas, de una derecha un tanto peleona e intransigente.
Por si sirve de algo, en una de las páginas de 'El amor en los tiempos del cólera', Gabriel García Márquez dejó plasmado que «los seres humanos no nacen siempre el día que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez».
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