La noticia del reciente fallecimiento de Kenzaburo Oé, uno de los escritores japoneses más delicados, puros y exquisitos de la historia de ese país, ha ... pasado casi inadvertida. Se demuestra así, una vez más, que la cultura oriental, que acapara miles de años a sus espaldas, sigue siendo para nosotros una gran desconocida, alejada de los cánones occidentales por mucho que hablemos de globalización, y que se hayan estrechado las fronteras, gracias a las redes sociales, en este último cuarto de siglo.
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Fue premio Nobel de Literatura en 1994. El segundo hombre del país nipón en conseguirlo, después de Yasunari Kawabata, que lo obtuvo en el ya lejano 1968. Gracias a escritores como Haruki Murakami, autor de espléndidas novelas como 'Tokio blues' y 'Kafka en la orilla', con las que ha obtenido un resonado éxito en todo el mundo -incluido el occidental que suele jugar en otra distinta liga-, la cultura asiática, sin embargo, ha vuelto al plano de la actualidad y ha logrado hacerse notar entre el común de las gentes.
Sabíamos - ¿quién no? - de la existencia de Yukio Mishima, el autor de 'El pabellón de oro', acaso su obra más lograda y difundida, que fue algo así como el Bruce Lee de las letras japonesas por ciertas leyendas que se generaron en torno a su controvertida personalidad. De hecho, Oé comenzó siendo discípulo de Mishima, hasta que hubo un auténtico choque de trenes entre uno y otro por cuestiones ideológicas. Mishima, defensor a ultranza de la tradición oriental; Oé, mucho más progresista, comprometido con su tiempo, así como enemigo acérrimo de la energía nuclear, lo que llevó a ser conocido como el niño terrible de las letras.
Kenzaburo Oé ha contado en más de una ocasión que, desde edad temprana, gozó del apoyo y del cariño de una abuela que, al amor de la lumbre, le narraba viejas historias de su pueblo, que fue, en definitiva, lo que le llevó a querer ser escritor, después de ver cómo su padre, cuando Oé contaba tan solo nueve años, moría en la Guerra del Pacífico.
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Fue así como se aficionó a la literatura, enmascarando de ese modo su condición de niño huérfano y solo. La otra circunstancia que le llevó a convertirse en un profesional de las letras fue el hecho, no menos impactante y doloroso, de que su hijo Hikari padeciera una discapacidad intelectual, lo que le convirtió en el principal eje de su existencia. Es así como nace, en 1964, 'Una cuestión personal', el libro que nos hizo pensar, seriamente, que estábamos ante un escritor genial, uno de los más grandes del siglo XX en todo el mundo.
A partir de entonces, su vida se transformó por completo por esa circunstancia tan personal e íntima, y decidió adoptar, según él, el carácter, tan singular, de Sancho Panza. Y quiso así ver el mundo desde los ojos del escudero más famoso de todos los tiempos: un mundo que podría aún ser salvado por los hombres, sin necesidad de tener que recurrir a los héroes.
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Su primera obra, publicada en 1958, llevaba al frente el chocante y provocador título de 'Arrancad las semillas, fusilad a los niños', por lo que no tardó en recibir amenazas de muerte de sus propios conciudadanos.
En esas densas páginas da cuenta de la proeza de quince muchachos, procedentes de un reformatorio, que son evacuados, en tiempo de guerra, a un remoto pueblo cuyo alcalde tiene la intención de acabar con los revoltosos desde la semilla, usando la violencia.
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De 'Una cuestión personal', el libro con el que se inició mi admiración profunda por Kenzaburo Oé, realicé abundantes anotaciones, y subrayé unas cuantas frases. En una de ellas, dice así este escritor, nacido en 1935 y que ha muerto hace unas semanas: «Si uno miente para salir de un apuro, debe hacerlo de manera que no necesite mentir otra vez cuando se conozca la verdad».
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