Nada es lo que parece

Asensio Sáez, escritor alucinante

Además de hombre bueno y generoso, era un tipo noble y entrañable que tenía por costumbre hablar bien hasta de sus enemigos

Viernes, 21 de julio 2023, 01:12

El Festival Internacional del Cante de las Minas, que está a punto de abrir de par en par sus puertas, va a rendir homenaje a ... uno de los hijos más ilustres nacidos en La Unión: el escritor y pintor Asensio Sáez, cuyo centenario de su nacimiento se cumple este mismo año.

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Asensio era aún casi un muchacho cuando se convirtió en uno de los principales promotores de un Festival que ya es reconocido en cualquier parte del mundo, desde donde acude la gente a escuchar la voz quejumbrosa y recia de sus cantaores.

Fue un modernista tardío. Un miembro de ese movimiento que alentó Rubén Darío y que deslumbró en España desde finales del siglo XIX hasta las dos primeras décadas del XX, como un pavo real que encandilara con su canto hasta claudicar ante el empuje feroz de las vanguardias. Su literatura y su pintura es crepuscular, como si Asensio se resistiera a admitir el inexorable paso del tiempo. Su actitud recuerda a la de Torres Villarroel, barroco flemático, que, aunque ubicado en el prosaico siglo XVIII, el más gris de todos los tiempos pese a ser denominado Siglo de las Luces, que, en una de sus obras, imaginó unas visiones y visitas de la mano de don Francisco de Quevedo por la Corte.

Forma parte de ese genial grupo de artistas plásticos y de escritores que nacieron en La Unión y que han convertido esta localidad en un territorio único, en una 'Ciudad alucinante', como la denominó el propio Asensio Sáez. Me refiero a pintores como Paco Conesa, Hernández Cop y Esteban Bernal –su discípulo predilecto–, y a escritores como Andrés y su hermana María Cegarra Salcedo, poetas insignes cuyos versos fueron elogiados en su día por el mismísimo Miguel Hernández, que andaba perdidamente enamorado de María.

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No está claro que Asensio fuera un pintor que escribía en su tiempo libre, o un escritor que, de vez en cuando, le diera al pincel en sus ratos de ocio. En cualquier caso, ambas facetas no solo se le dieron bien, obteniendo premios importantes, sino que tuvo la habilidad de mezclarlas hasta conseguir una inusitada plasticidad en su literatura y un lirismo propio de la poesía más depurada en sus cuadros. Fue uno de esos raros casos –como Ramón Gaya o José Gutiérrez Solana, sus dos principales referentes– con los que los críticos no saben a ciencia cierta con qué carta quedarse.

Fue autor de una única novela, 'Vivir no era una fiesta', ambientada en un lupanar, con la que consiguió el Premio Gabriel Sijé de narrativa, de unos cuantos libros de carácter ensayístico, en los que La Unión, la ciudad alucinante de un escritor alucinado y alucinante, fue su principal fuente de inspiración, de un par de obras de teatro aún inéditas, de decenas y decenas de artículos periodísticos, y, sobre todo, de varios centenares de cuentos que, en su día, fueron apareciendo en las mejores revistas españolas: desde 'Blanco y Negro' hasta 'La Estafeta Literaria', o el diario LA VERDAD, donde colaboró casi hasta su muerte, en 2007.

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Asensio, además de hombre bueno y generoso, era un tipo noble y entrañable que tenía por costumbre hablar bien hasta de sus enemigos, que fueron unos cuantos. Fue un ferviente defensor de sus maestros: de César González Ruano, cuyo pensamiento franquista lo apartó de la gloria que merece, o de Ramón Gómez de la Serna, con el que se carteó durante largo tiempo, y que tan mal llevaba su exilio en Argentina, en donde, cansado, viejo y enfermo, ya no dictaba conferencias a lomos de un elefante.

Asensio Sáez heredó la chispa, la espontaneidad y el ingenio del autor de las famosas greguerías. Suya es aquella frase con la que bautizó el suculento 'caldero' con el nombre de «Oro del Mar Menor». O aquella otra en la que aseguraba que el 'top-less' no fue inventado por una bañista frescales, «sino por la roñica que quiso ahorrar tela».

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