Aver cómo se las compone un servidor para que este texto, que el lector tiene ahora en sus manos, no parezca un trasnochado chiste ni ... un artículo de ocasión, como los que se venden en rebajas. Y que, a la vez, resulte verosímil, sin el más mínimo atisbo de pitorreo. Juan de Mairena, el alter ego de don Antonio Machado, fue quien dijo aquello de «ayudadme a comprender lo que os digo, y os lo explicaré más despacio».
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Y es que, durante estos días, hemos tenido conocimiento de la seria intención de algunas editoriales británicas, que es el país en donde suele darse el mayor número de rarezas por metro cuadrado, de 'ajustar' los textos de ciertos libros que, con el paso del tiempo, han dejado de ser políticamente correctos. Y los 'retoques' apuntan, en primer lugar, a las obras de uno de los escritores más importantes en lengua inglesa de los últimos decenios, Roald Dahl, que, tras una vida un tanto agitada al ser acusado de antisemita, murió en 1990 y nos dejó como herencia títulos tan relevantes como 'James y el melocotón gigante', 'Charlie y la fábrica de chocolate', 'Matilda' y, entre otras muchas, la obra que es mi favorita: 'Cuentos en verso para niños perversos', que, en cierta ocasión, expliqué en un curso de literatura infantil para sorpresa y regocijo de mi alumnado, futuros maestros de Educación Infantil.
La más que segura 'reescritura' de estas y otras muchas obras, ahora consideradas impúdicas a la luz de los nuevos tiempos, tras pasarlas por el detector de términos machistas, xenófobos, homófobos, etc., ha desatado la polémica. Salman Rushdie, que sabe un rato de lo que significa ser perseguido y que pongan precio a su cabeza por un escribir un simple libro de ficción, ha hablado de «censura absurda» al referirse a esta medida de los editores británicos, a los que no se unirán ni franceses ni españoles por considerarlo una barbaridad; una extravagancia, dicho mucho más finamente.
Medida polémica donde las haya y, al mismo tiempo, indignante. Porque de llevarse a cabo sistemáticamente y ser adoptada por todos los países transformaría por completo el concepto de Literatura y el de creación literaria. Y lo que es aún peor: modificaría el sentido más profundo de la mayor parte de los libros publicados hasta ahora, incluidos los clásicos: las obras de Homero, Dante, Shakespeare o Cervantes.
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Quevedo, por ejemplo, que fue uno de los más díscolos y lenguaraces, tendría que comerse con patatas, acusado de homofobia y pedofilia al mismo tiempo, su soneto titulado 'A un bujarrón', que fue dedicado a Misser de la Florida, enemigo de Herodes y de sus gentes, «no porque degolló los inocentes;/ mas porque siendo niños y tan bellos, / los mandó degollar y no jodellos».
Sin contar con el pobre Cervantes y su 'Quijote', la obra más leída y traducida, tras la 'Biblia'. Porque es más que seguro que pronto aparecería el censor de turno, el defensor a ultranza de los hábitos saludables para acusar a don Miguel de alentar a la gente a que practique la anorexia si nos fijamos en la figura de don Quijote, en los más puros huesos, comiendo, de uvas a peras, y gracias a la insistencia de Sancho, unas migas de pan duro y trasnochado. O denunciando al escudero más bueno y famoso de la historia por ser obeso, por no mirar por su salud y, por ello mismo, por considerarse un modelo inadecuado para los incautos lectores.
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Me entra la risa floja solo con pensar en la persona a la que el Ministerio de Cultura, la Asociación de Editores o el organismo o institución que fuere le encargue, a tanto la página, reescribir el 'Quijote', pasarlo de nuevo a limpio y, tras las muchas modificaciones y correcciones, quede incólume el texto, con la lucidez y el ingenio que puso en él su primitivo autor. A ver quién es el guapo.
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