El proyecto de la Casa Murciana
En 1923, el Patronato del Museo de Bellas Artes lamentaba la desaparición del ajuar doméstico tradicional
En mayo de 1923, hace poco más de un siglo, el entonces Patronato del Museo Provincial de Bellas Artes, que presidía el senador vitalicio Isidoro ... de la Cierva, se lamentaba de la desaparición paulatina del ajuar doméstico tradicional murciano (indumentarias, mobiliario, ajuares e incluso construcciones) «que tan pintoresco carácter daban a la Región». Los miembros del Patronato pensaron que «era tiempo de conservar algo de todo aquello, para enseñar a las generaciones futuras cómo vivieron nuestros antepasados, y sirviera para el estudio de las costumbres murcianas».
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Los académicos, autoridades y demás componentes del citado Patronato se propusieron, a corto plazo, levantar un edificio «que perteneciera al más puro estilo de las casas solariegas que se construyeron en la capital y pueblos de la huerta, mezcla de mansión señorial y de albergue campesino, instalando en la planta baja el tinajero y los lejeros con su loza, cristal y azófar (latón), que aún alegran nuestros ojos pero que cada día que pasa escasea más».
Para llevar a cabo este ambicioso proyecto pensaron que eran necesarias dos premisas: el firme propósito del mismo y la ayuda material y generosa de los murcianos. El primero ya era una realidad y, para lograr el segundo, pensaron en el acopio de fondos organizando una función benéfica en el Romea en la que se pusiera en escena todo el talento murciano en aspectos como el teatro, la música, la danza, la poesía y el arte en general, contando de antemano con «la bella mujer de la tierra que será, como siempre, el alma y vida de la fiesta», así como con la respuesta generosa del público. Para nada pensó el Patronato en posibles ayudas de la Administración, ni de empresas u organismos públicos, como haríamos ahora, sino que lo fio todo a la generosidad y al entusiasmo popular.
La fiesta benéfica en el Romea se programó para finales de mayo, encargándose la dirección de la misma al político e intelectual capitalino Vicente Llovera y al músico y compositor Emilio Ramírez. Sin concretar aún fecha y contenido, se programó un acto de reafirmación murciana, con poemas de Jara Carrillo, sainetes de Frutos Baeza y Soriano, música popular de Ramírez y monólogos en panocho de Frutos Rodríguez. La escenografía se encargó a José María Sanz y el atrezo general a la esposa de Llovera Rosa Seiquer.
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El domingo 3 de junio tuvo lugar la anunciada fiesta que fue «una afirmación espiritual de murcianismo» a juicio del editorial de 'El Liberal' del martes siguiente. En un teatro muy bien adornado bajo la dirección del pintor Pedro Sánchez Picazo y Santiago Roldán, el acto comenzó con la obertura de la zarzuela 'Fuensanta', dirigiendo la orquesta el propio maestro Ramírez, autor de la misma. Siguió una 'Loa a Murcia', de Pedro Jara Carrillo recitada por Lolita Pérez Ayuso, compuesta para la ocasión. Vino a continuación un sainete en panocho, original de Enrique Soriano y Enrique Frutos Rodríguez, titulado 'La inquina de los panochos o en Murcia está nuestra maere'. Tras aquel sainete se puso en escena la última obra de Emilio Ramírez, 'Nazareno Colorao', para terminar con un discurso en panocho del 'manteneor Chamorro', monólogo en verso del poeta Frutos Rodríguez (hijo de Frutos Baeza), interpretado por Mariano Alarcón.
La organización obsequió a Rosa Seiquer con dos jarrones de plata por su entrega y dedicación a aquella causa benéfica, de la que también fueron pilares importantes Vicente Llovera, Isidoro de la Cierva, Cándido Banet, Sánchez Picazo, Eduardo Montesinos y Manuel Martínez Zamora.
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La fiesta tuvo tal éxito que hubo de repetirse días después, lo que motivó una buena recaudación económica, que permitió a los miembros del Patronato del Museo de Bellas Artes hacerse ilusiones para conseguir su objetivo de construir la proyectada Casa Murciana; hasta tal punto que De la Cierva comenzó a ver solares, cercanos al Museo de Bellas Artes, para la adquisición de uno de ellos.
Debieron surgir problemas importantes para que aquel proyecto no llegara a puerto, como se sabe. Desconozco si se llegó a adquirir el solar, y si no se hizo dónde fueron a parar los fondos recaudados. Solo muchos años después, y gracias al empeño del alcalde de Alcantarilla Diego Riquelme Rodríguez, con la colaboración técnica de mi maestro Manuel Jorge Aragoneses, se construyó en aquella localidad el Museo de la Huerta en 1963, que vino a recoger en su interior las ilusiones de aquellos venerables ilusos, que ya no vieron el fruto de sus iniciales proyectos.
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