El Diccionario de la Real Academia define la palabra sermón como «el discurso de contenido moral o religioso que pronuncian sacerdotes ante los fieles, en ... fiestas o conmemoraciones religiosas». Por los medios de comunicación de hace un siglo, sabemos de prácticas de este tipo que los de mi generación y anteriores conocimos aún durante nuestra niñez y adolescencia, que se prolongaron hasta poco después del ecuador del s. XX, en que acabó la brillantez oratoria religiosa, tras la interpretación 'sui géneris' de las normas que emanaron del Concilio Vaticano II, que llevaron a la pérdida de tantas cosas que no fueron sustituidas por otras, sino que desaparecieron sin más.
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Así sucedió con los antiguos sermones que por los más afamados predicadores de la capital se pronunciaban desde el púlpito de la Catedral capitalina desde el Miércoles de Ceniza hasta el Domingo de Pascua (ambos inclusive) todos los viernes de la Cuaresma cristiana, a los que el público acudía masivamente teniéndolos como espectáculos cultos, y no solo por el contenido de los mismos, sino por la brillante oratoria utilizada por los protagonistas.
Por los medios de comunicación aludidos de la época, conocemos el programa de 1923, ahora hace un siglo, el cual comenzó el domingo 18 de febrero con el sermón del canónigo magistral Saturnino Fernández, cuyas prédicas fueron famosas durante muchos años en tiempos en que los canónigos del cabildo catedral no pasaban desapercibidos entre la sociedad local, por su porte elegante e incluso por su influencia social. El segundo sermón corrió a cargo del canónigo lectoral Félix Sánchez García. El tercero repitió Saturnino a quie,n como magistral, correspondían las prédicas de las más importantes festividades del año litúrgico (S. Fulgencio, la Purísima, S. José, etc.). El cuarto lo pronunció el Dr. Luis Tortosa Pérez, también canónigo, a quien siguieron, de nuevo, Saturnino, el canónigo José María Molina Molina, y el bachiller Antonio Conejero Ponce de León, que era beneficiado (rango inferior al de canónigo entre el clero catedralicio). El Viernes de Dolores ocupó la Sagrada Cátedra el también beneficiado y segundo maestro de ceremonias Paulino Prieto Pardo. El Jueves Santo correspondió pronunciar el que entonces llamaban 'Sermón del Mandato', que tenía lugar a las tres de la tarde de ese día, al Sr. deán Julio López Maymón, personaje archiconocido en la sociedad murciana; cerrando el ciclo el Domingo de Pascua de nuevo el magistral Saturnino Fernández Sánchez.
Los sermones eran preparados a conciencia por los oradores, sabedores de lo comentadas que eran sus intervenciones en el Casino, en el Círculo de Bellas Artes y en otras tertulias de la sociedad culta capitalina. Se carecía de megafonía, evidentemente, por lo que el esfuerzo físico, al igual que el intelectual, estaban presentes en una pieza oratoria, basada en la Sda. Escritura, que seguía unas pautas rituales establecidas no solo por la costumbre sino por las reglas de la oratoria imperante. A ello, sin embargo, estaban acostumbrados los canónigos, quienes, para llegar a obtener el puesto y la dignidad correspondiente, tenían que superar unas muy duras oposiciones, con ejercicios públicos en la Catedral, generalmente pronunciados en perfecto latín clásico, ante un severo tribunal eclesiástico presidido por el obispo de turno. Al cargo de beneficiado y sobre todo de canónigo no accedía cualquier sacerdote. Las plazas vacantes eran convocadas previa y públicamente tras la vacante producida por el fallecimiento o ausencia de su titular, y a la provisión de las mismas acudían clérigos de toda España, que una vez ganada la plaza pasaban el resto de su vida al servicio de la Catedral, disfrutando en delante de la canongía en cuestión, muy respetada y considerada (como ya se ha dicho) entre la sociedad local y diocesana; simultaneando su actividad al servicio del templo mayor con la impartición de clases en el Seminario Mayor de S. Fulgencio.
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De los últimos canónigos llegados al cargo por oposición, el cronista recuerda a Bartolomé Ballesta Vivancos (quien tenía una mano de marfil, tras sufrir un accidente bélico en el frente, durante la guerra civil española), Juan de Dios Balibrea Matás, Arturo Roldán Prieto y otros cuyo aspecto físico recordamos quienes estamos felizmente instalados en la denominada tercera edad avanzada.
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