En las calles de Anchorage lo normal es que atropelles a algún esquimal borracho en un cruce, pero son de cósmica belleza las vísperas de ... septiembre en Alaska. Probablemente la breve cumbre «buscando la paz» entre Trump-Putin allí sólo sirva para haber contemplado un rato el paisaje desde el aire. Al menos eso se llevan los líderes mundiales, el paisaje. No parece que vaya a ocurrir mucho más para una tolerable marcha del mundo tras este encuentro, pero habrá merecido la pena el desplazamiento, para un espectáculo de la naturaleza que durará muy poco.
Publicidad
El otoño en el gran norte no empieza cuando empieza, sino mucho antes. Hacia la Virgen de agosto arde de sobredorado el horizonte, iluminando más intensamente que el sol. A los pocos días el sobredorado pasa a rojo sangre fresca, como de telón pintado en cinemascope de los años 50, irreal, imposible. Cuando llega el pardo, cosa que ocurre de una mañana para otra cuando en España empieza la operación salida de vuelta al trabajo, los osos kodiak tratan de comerse a los humanos al escasear ya la pesca. Alaska en esta fecha de la cumbre Trump-Putin es el lugar más imborrable del mundo. El planeta no va a salir de allí más seguro, pero no es de extrañar que hasta Putin, que carece de emociones, vea en el agosto de Alaska las cosas mejor de lo que son, todavía deslumbrado por lo que observó desde la ventanilla del avión. Se habrá preguntado cómo fue posible que Rusia se desprendiera de aquel territorio. No es buen sitio para negociar el que se renuncie a territorios, sino todo lo contrario. Colinas sólo cubiertas de celestiales arándanos azules y frambuesas salvajes, que no van a parar a pasteles calientes sino a los animales carnívoros que las utilizan para vomitar y purgarse. A esas alturas de la Tierra se produce un fenómeno extraño, las lejanías parecen estar muy cerca, y los habituales susurros entre aduladores y amenazantes de Putin podrían escucharse a muchos kilómetros. Se podrían haber escuchado desde Washington, sin tener que viajar. Pero entonces los líderes mundiales se habrían perdido el grandioso espectáculo de Alaska, que se apagará en pocos días.
Dado el resultado más bien lastimoso de la cumbre, lo más a tono hubiese sido celebrarla a primeros de septiembre, cuando se oscurece todo, el pardo pasa al negruzco y la lluvia helada cae sólida como de cristal de roca, matando del golpe a todos los mosquitos, y se hace realidad lo que pone ese cartel en los bosques: «si le persigue un grizzly, no haga nada, no puede hacer nada, hágase el muerto». El mundo se ha dado cuenta tras esta melancólica cumbre de que lo mejor es hacerse el muerto.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión