Cuando el agua mineral se sube a la cabeza, he observado que su bebedor inicia una cháchara interminable en la que pueden faltar al respeto ... a los de alrededor y decir algunas enormidades de las que luego hay que disculparse con torpeza. Una noche interminable de copas de agua hasta el alba puede ser violentísima, porque hay muchos abstemios que no la toleran bien. Eso de que los abstemios controlan mejor las situaciones es una leyenda urbana. A Florentino Pérez, cuando le grabaron sus famosos y salvajes audios donde todo el mundo era un tarado, un imbécil, un pesetero o una mentira excepto él, una especie de monólogos durante muchas cenas, se escuchaba cómo se interrumpía sólo para tragar a grandes golpes un líquido. Era siempre agua. Sólo, y nada menos, que agua. Un agua estremecedora.
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Qué duda cabe de que el agua con exceso crea una soberbia puritana en muchos personajes que se arrogan superioridad por no probar nunca ni una gota de alcohol. En los casos más extremos, llevan a sus países a la desgracia, llevados por una torrentera imparable, inodora e insípida en sus tripas. El caso que citaría Woody Allen sería el ya muy manoseado de Hitler, vegetariano, bebedor inabordable de agua pura de las montañas y responsable de varios récords históricos («y los récords están para ser batidos», añadiría el cómico). Pero hay otros casos algo menos demagógicos, como los de Trump –aunque le asiste el beneficio de haber tomado bastantes whiskies en su pasado–, los de Jeremy Corbyn, aquella desastrosa vía hacia el laborismo británico a través del desprecio a la cultura obrera de 'pub' o, tal vez el peor de nuestro tiempo, el ex primer ministro canadiense Justin Trudeau, que por el hecho de darle a los refrescos no había gansada adolescente en la que no se implicara. La sobriedad lleva, en sus formas más desenfrenadas, a consecuencias impropias de personas de orden.
Confío en que Alberto Núñez Feijóo no va a chapuzarse en esa corriente, por mucho que me haya inquietado conocer, para ninguna sorpresa mía, que es abstemio. Nada irreparable. Conforme se vayan acercando las próximas elecciones generales, podría ir dándole algo de calor a su organismo aunque fuese con un chato de vino muy aguado, que es lo que se le daba en mi época a los niños. Ahora que dice que él y su partido son «transversales», recuerdo que la única transversalidad de plena confianza es la de de la receta perfecta del 'dry Martini': un rayo de luz traspasando una botella de vermú para caer en una copa de ginebra.
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