Jaime Pastor Vidal.
Opinión

Mi experiencia con el auxiliar técnico educativo (ATE)

La figura del ATE es una pieza clave en los centros educativos para conseguir una mayor inclusión e igualdad de los alumnos y alumnas con discapacidad

Jaime Pastor Vidal

Jueves, 5 de septiembre 2024, 10:20

Soy Jaime Pastor Vidal, graduado en Periodismo en 2023 por la Universidad de Murcia. Actualmente, trabajo como becario en el departamento de comunicación del Congreso ... de los Diputados. Además, he sido becario como redactor en RTVE, en la agencia de noticias Servimedia y en CCOO Región de Murcia. Tengo una importante discapacidad, motórica y visual, con un grado del 76%, y dependo de una tercera persona para desplazarme, para manipular, así como para leer y escribir.

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Voy a explicar la importancia de la figura del auxiliar técnico educativo (ATE) en los centros educativos y lo que supone para los alumnos con necesidades educativas especiales, entre los que me incluyo. En mi opinión el ATE es una figura clave en la formación y educación de estas personas, facilitándole las herramientas necesarias para su desarrollo en un entorno inclusivo al ayudarle en la realización de actividades que por sí sola la persona con discapacidad no podría realizar.

Mientras que la responsabilidad del docente se centra en proporcionar conocimientos en el aula, el ATE tiene como principal función ayudar a que los alumnos con necesidades educativas especiales dispongan de un entorno inclusivo que favorezca su mayor autonomía y que tengan las mismas oportunidades de participación que sus compañeros. En mi caso concreto, el ATE fue determinante dado que no solo me ayudaba en desplazamientos, alimentación o aseo, también me ayudaba a repasar materias en horas libres, preparar exámenes o realizarlos con la supervisión del docente. Incluso me ayudaba en el aula, cuando yo se lo pedía al profesor, por ejemplo, en el seguimiento de la clase, para ver mapas, tomar notas y apuntes, resolver ejercicios o realizar prácticas en el laboratorio.

Yo entonces no era consciente de que muchas de aquellas cosas que hacían para ayudarme y hacer más accesibles los materiales y conocimientos lo hacían por voluntariedad y dedicación. Solo al llegar a la edad adulta y gracias a que hemos mantenido el contacto y el cariño mutuos, he sido conocedor que muchas de aquellas tareas no entraban en su trabajo. Ha sido ahora, cuando me han pedido mi apoyo a la reclasificación profesional de estos profesionales, los ATE, cuando salen a la luz estas necesidades «invisibles» que muchos alumnos y alumnas como yo tenemos y que no están escritas en ninguna orden de regulación de funciones pero no por ello son menos necesarias para una autentica participación en la escuela. Por eso apoyo completamente esta reivindicación, totalmente desatendida por la administración, de estos profesionales. Mi experiencia es un ejemplo claro de esta realidad.

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Desde siempre, tanto en infantil como en educación primaria, había tenido la ayuda de un ATE lo que me permitió ser uno más entre mis compañeros. Sin embargo, cuando llegué al instituto, la adaptación no fue fácil, al tratarse de un entorno nuevo, con compañeros, profesores y ATE también nuevos, y condicionado además por la edad y la etapa de adolescencia que prácticamente iniciaba en ese momento. Ello me provocó no pocas situaciones de ansiedad y nervios. El ATE, desde el primer momento, se preocupó de conocer mis necesidades, incluso antes de empezar cada curso, cada clase, cada nueva actividad, trabajando codo con codo con el profesor y especialmente con la fisioterapeuta y con mis padres.

Me ayudó a adquirir habilidades para relacionarme con mis compañeros, puesto que yo en ese momento y como cualquier otro adolescente, era muy tímido. Eso facilitó que yo les pidiese ayuda y ellos me la dieran dentro de sus posibilidades. También tenía un grupo de compañeros con discapacidad como yo, cada uno con sus características y personalidades diferentes, no nos conocíamos, aunque nos sentíamos parecido, pero gracias a este profesional que siempre estaba ahí y que nos conocía bien nos fuimos conociendo, apoyándonos entre nosotros ante cualquier problema y animándonos juntos para salir adelante. Recuerdo los recreos antes de los exámenes dándonos ánimo entre todos. También recuerdo el primer día de Selectividad, con las piernas temblando y la tranquilidad y seguridad que me insufló tener la ayuda de la auxiliar técnico educativo que me conocía bien, con la que tenía confianza. En esos momentos se aventuraban nuevos cambios en mi vida, eché la vista atrás y me acordé del primer día que fui al instituto y la calidez con la me acogieron, a pesar de mis nervios y ansiedad y ganas de salir pronto de allí.

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La incertidumbre siempre está presente con el inicio de cada nueva etapa y más cuando son personas diferentes y desconocidas con las que te vas a relacionar. Eran nuevas manos las que empujaban mi silla, y me ayudaban, y nuevos ojos los que me observaban. Si la profesionalidad y dedicación del ATE es importante para el alumno con discapacidad, no lo es menos su continuidad. En mi caso tuve la suerte de que así fuese, desde el comienzo de la ESO y hasta finalizar bachiller y pasar a la Universidad.

Una vez en la Universidad me encontré con que la figura del ATE no estaba contemplada, a pesar de ser tan necesaria como en la etapa de educación anterior. Fue un hándicap importante y después de alguna ayuda desde el servicio de atención a la diversidad de la Universidad, que no cumplía con mis necesidades, básicamente porque este servicio no pasaba de ser una mera ayuda para desplazar la silla de ruedas o un acompañamiento puntual, acabó siendo un familiar quien me prestó ayuda durante la carrera tanto en desplazamientos, aseo e higiene, cambios posturales, como asistencia en el aula, en la toma de apuntes, así como en las tareas de estudio y en las prácticas, siempre con la autorización y el apoyo de la Universidad y de los profesores.

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Gracias a la ayuda y al trabajo tanto del ATE como de mi familia he podido conseguir cosas que, de no haber tenido esas personas alrededor, nunca hubiese conseguido, ni siquiera imaginar. El ATE me supuso una ayuda inestimable para que yo pudiese tener una educación en igualdad con el resto de mis compañeros a pesar de las dificultades. Incluso hizo partícipes a mis propios compañeros con un doble objetivo, lograr que hubiese un entorno inclusivo en el que yo me sintiera uno más y crear en ellos una conciencia también inclusiva y de respeto. Poco a poco me fui integrando y conseguí tener no solo un grupo de compañeros, sino también de amigos. Esta es, en mi opinión, quizás la razón más importante de la labor del ATE en un centro educativo, su contribución al desarrollo de un entorno inclusivo y especialmente que la persona con discapacidad se sienta en igualdad de condiciones que el resto de sus compañeros.

Como decía John F. Kennedy: «Si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos a que el mundo sea un lugar para ellas».

Esta es, al menos, mi experiencia con el ATE, de la que me siento enormemente agradecido y orgulloso.

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