Vivíamos en un mundo de paz, inclusivo, solidario, federal, con agendas 2030, ingresos mínimos vitales, salarios mínimos decentes, perspectiva de género, ecología, crecimiento económico..., la ... izquierda había dado con la tecla para hacer de España un país puntero, moderno, femenino, revolucionario. Una república con monarca. Una España reconciliada con su memoria. Un país que había ganado la guerra civil al fascismo. Un país que desentierra a sus monstruos para, por fin, vivir en libertad. Nos esperaban años de prosperidad, igualdad y justicia social.
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Me recordó mucho a aquellos años del primer socialismo y su propaganda de sol y arco iris, niños jugando felices, jubilados sonrientes y adultos atareados. El socialismo supo ilusionarnos con su mensaje pontificio del edén. Pero aquel socialismo era de derechas (no podía ser de otra manera después del aviso del descerebrado del tricornio), reivindicativo de su espacio económico: desindustrialización, privatizaciones, reparto subastado del INI, control de la banca pública y las cajas de ahorro, gestión de las empresas públicas. En definitiva, reparto de la riqueza después de tantos años de nepotismo, corrupción y sumisión. Pero la terca realidad se impuso a la juvenil ambición y, como siempre, el hacer se volvió caos y la ilusión, desafecto. Me temo que la soberbia es y sigue siendo un problema de la izquierda. Luego vino el de la ceja, de infausto recuerdo, para remover conciencias, refrescar olvidos e imponer agravios de marchito socialismo al que se llevó por delante la crisis. A él y al socialismo.
Hoy tenemos una confluencia trasversal de izquierdas: socialismo, comunismo, neomarxismo y nacional socialismo. Gobierna y se opone, decreta y se encoje, explica y duda, convirtiendo la gestión en un embrollo equivoco que crea confusión, desorden e inquietud. Esto es, un potaje político propagandístico que produce indigestión, flatulencia y acidez, para, al final, convertirse en burla y parodia. El poeta lo explicó mejor que yo cuando habló de la vanidad algodonosa provocada por un complejo fingido de superioridad. Y en eso llegó la enfermedad, y se acabó la diversión, momento decisivo para demostrar el buen hacer, la unión y la determinación, que se quedó en una distribución de responsabilidades complicadas por temor a que le adjudicaran toda la culpa. Como en la crisis del 2008 Europa abría la billetera, entonces se desaprovechó y se despilfarró por incompetencia, esperemos que esta vez se haga con más rigor y pericia. Aunque no ha empezado muy bien el salvamento cuando se rescata una línea aérea de origen bolivariano. Debe ser, intuyo, que es la que Zapatero utiliza para sus disparates.
Como el socialismo no se despegue de desleales, tramposos y alimañas acabará muriendo por sorpresa
Y en eso llegó la moción de censura en Murcia, y se acabo la diversión, y lo que era una jugada maestra de estrategia política de amplio espectro se convirtió en un derrame cerebral sin diagnosticar y en una película surrealista del poder con sus bandoleros, sus buscavidas y sus tontos del pueblo. Y en eso llegó la libertaria de la derecha, y se acabó la diversión porque los conservadores se hicieron de izquierda populista. Y la izquierda transversal sorprendida todavía se pregunta cómo es posible que el pueblo sea tan necio y no sepa distinguir la inteligencia de la tontuna. Un alucinado manipulador de apellido monetario se pregunta cómo un obrero que gana novecientos euros y vive en Vallecas puede votar a los fachas y la respuesta es fácil, caracartón, porque no los quiere perder y cambiarlos por un subsidio de cuatrocientos. El pueblo es resignado, pero no es inocente. Y la vicepresidenta les llama tabernarios cuando no hay mejor parlamento que la taberna. Una manera curiosa de reconciliación. La soberbia no gana elecciones, nuevamente.
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Los votantes solo podemos hacer una cosa: votar. Lo demás lo confiamos al buen hacer, a la sabiduría y a la integridad de quienes hemos votado. Se trata de aventurarnos en la esperanza del porvenir que por desconocido obedece más a la predicción que a la bondad del conocimiento. Hacía mucho tiempo que leía, y seguramente habré escrito, sobre la pasividad o la inacción o la indiferencia del español respecto de sus gobernantes, sus formas de gobernar y sus proyectos. Nada más alejado de la realidad y basta una elección localizada para demostrarlo. El engaño, el disimulo y la farsa no suelen colar.
El socialismo algodonoso se sorprende de que siendo inclusivo y conciliador su mensaje no enternezca a los votantes. No existe un mundo ideal. Conciliar Cataluña es una trampa intemporal. Lavar el terrorismo, aunque sea por necesidad o por bondad, es una equivocación obscena hoy, porque nadie olvida la muerte cruel y vil de hombres, mujeres y niños indefensos e inocentes. La radicalidad en los planteamientos sociales, la expulsión de los contrarios al averno fascista, los errores, la propaganda continua y la desaparición de la marca confundida en una maraña de izquierdas cuestionables no aventura mejores resultados futuros.
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Como el socialismo no se despegue de desleales, tramposos y alimañas acabará muriendo por sorpresa.
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