Hoy Moscú

El occidental no puede seguir acobardado o mudo, sin atreverse a hacer uso de su juicio, sólo por cobardía y vergüenza histórica

El mal de Occidente es la incapacidad de los europeos de enfrentarse al mal de Oriente. Apenas han pasado 12 días del aniversario del 11- ... M y el odio religioso resurge con su furia asesina en Europa, esta vez en Moscú, que llora la pérdida de sus jóvenes inocentes a manos de la brutal yihad.

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No nos quitamos el luto y así no se puede vivir. Occidente no puede consentir la asunción del terror como un mal necesario y justificado como reacción natural de los pueblos a nuestros propios errores históricos. Esto es un error grave y una dejación imperdonable que no hará más que permitir de nuevo su acción funesta contra más víctimas inocentes. Nuestra responsabilidad: compartir el duelo de las familias y condenar el crimen terrorista sin ambages, esto es, la guerra moral a la yihad.

El occidental no puede seguir acobardado o mudo, sin atreverse a hacer uso de su juicio, sólo por cobardía y vergüenza histórica, como sospechoso para sí mismo, a causa de premeditadas confusiones ideológicas de la política actual. No puede haber aquí división, no podemos permitírnoslo. Esta contrailustración se vino larvando desde las facciones de una ultraizquierda reaccionaria, que ha adoptado una faz medieval, premarxista, corrompida por su teleología histórica. Ajena a su inicial fuerza transformadora, la de corregir la injusticia de clase y la ideología, adopta más bien la posición de cómplice-amiga de las mismas.

Dispuesta a castigar a Occidente por sus errores pasados, cierta izquierda actual evidenció ya su vergüenza posicionándose de parte de Hamás tras los atentados del 7 de octubre, los que justificó escandalosamente por la mera conformación del Estado judío. Obstinada en su dejación de analizar los problemas del fanatismo religioso, actúe donde actúe, estos pseudosanadores llevan a cabo su autoexpiación sin riesgo ni vínculo real alguno, atrincherados y escondidos bajo su ideología de partido.

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Sin embargo, hoy más que nunca es necesaria la unión para la suma de fuerzas que reafirme el proyecto más positivo de Occidente, el más fértil multiculturalmente: el de la paz y la libertad. Combatir el fundamentalismo es el gran problema vital del mundo hoy, y en este proyecto del presente no puede haber facciones ni dudas, es necesaria una unión sin precedentes, verdaderamente global. Y aquí que nadie tema que les acusen de nuevo de etnocentristas y racistas, Oriente no será nunca feliz y libre mientras el Estado Islámico use a su pueblo para la guerra santa.

Este es el deber de todas las democracias del mundo, y no tengamos pudor alguno en pretender llevar nuestro proyecto a cualquier lugar recóndito del planeta. Nada puede estarle justificado al terrorista. En este sentido, las izquierdas radicales están cometiendo un grave error apartándose de Israel, y cerrando los ojos a las brutalidades de Hamás, aceptando su horror como condición natural, razón por la cual no se atreven a reprocharle crímenes de guerra.

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Hay que enfrentarse al terrorismo con todas las fuerzas del pensamiento, vencer la embriaguez de una apología indirecta del fanatismo y los Estados contra derecho. Hacer este juicio nos es necesario y querido como voluntad vital propia: otra cosa sería no atreverse a pensar, ser racista de sí mismo. Ser antieuropeo, antisemita, humillar los valores de Occidente sólo porque cometimos errores pasados, renunciar a ser uno mismo en pos de la nada, de la muerte. Resulta así que acusan al hombre occidental de su tradición y logros, poniendo en peligro el valor de su cultura. Perdido en el abismo del relativismo, reniega de sus virtudes y de sí.

La paja en su propio ojo les ha vuelto extraños de sí, extranjeros de su mundo, lo reducen al anticosmopolitismo más tribal y ridículo, practicantes de la autofobia, se han convertido en peligrosos. Vaciados de sí mismos, no saben ya qué ensalzar, están paralizados, presos de su propia caricatura, sin fuerza creativa, se sienten pecadores, se autocondenan y ponen la otra mejilla. Ataviados del repudio y nihilismo más negativo, se han vuelto incapaces de construir puentes, alientan la animadversión y la guerra, ajenos a un discurso de paz y diálogo. Qué error fatal cometemos si, fingiendo un ingenuo olvido histórico, obviamos que no puede haber nada santo en la guerra.

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