Árabes y judíos comparten tierra desde hace unos 1.400 años. Hoy se encuentran en uno de los momentos más tristes de su historia. Atravesada ... por la guerra de Gaza, estallada tras el pogromo del 7 de octubre, la situación es enormemente desoladora. Todos esperamos con impaciencia el final del conflicto, pero los rehenes no vuelven a casa, y la población gazatí sufre el desastre de la guerra desasistida además por su gobierno terrorista.
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La comunidad internacional clama por el fin del conflicto, y los más sensatos reflexionan sobre la mejor solución política que habrá de iniciarse con la anhelada postguerra. Mientras tanto, gobiernos como el español se apresuran y colocan a su país en incómodas posturas inoportunas.
Son muchos los intelectuales israelíes, presentes y pasados, que vienen apostando por la solución de los dos Estados, desde Amos Oz hasta David Grossman, pasando por Etgar Keret, entre tantos otros. Todos conscientes de que ambos pueblos tienen derecho a un hogar, y por tanto a un Estado con todas las garantías civiles y jurídicas. Este es el gran reto para ambos, y la comunidad internacional debe velar y acompañar en ese proyecto que sin duda es uno de los más complejos y necesarios del panorama actual.
Estos autores comparten ideas muy fértiles y humanísticas, apelando a recursos compartidos y simples como son el sentido del humor (ver 'Mis queridos fanáticos', de Amos Oz), la literatura o las disciplinas escénicas. Y coinciden asimismo en los mismos eternos obstáculos: el fanatismo religioso y el extremismo político de cualesquiera de las partes. Yo siempre pensé que el fin de la radicalización dependía del papel de las madres, transmisoras naturales de la riqueza cultural de los pueblos, en sus vientres pueden gestar el amor constructivo.
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Para que la comunidad internacional esté a la altura de miras que requiere la situación, sin duda delicada y compleja, debe abandonar posturas ideológicas y partidistas. Y aquí es donde nuestro presidente se ha equivocado, y más aún algunos políticos y políticas que lideran las filas de sus partidos aliados. Su error ha sido la precipitación. En la política y la guerra el tiempo en que se da cada paso es clave para perder o ganar. Y aquí Pedro Sánchez ha perdido la batalla de la paz.
El problema es simple, mientras parte de Palestina, en este caso claramente Gaza, esté tomada por terroristas no puede reconocerse legítimamente un Estado. Es un error de principiante que no debía haberse permitido. Se ha dejado llevar por proclamas pueriles que, aunque por el defecto de lo imberbe se comprenden, no pueden serle a él consentidas. Un presidente de gobierno tiene que ser exquisito en el cuidado de las formas que acompañan al dolor de los pueblos, y enormemente contundente en el traslado de su pésame. Primero está el trabajo de poner fin a la guerra, y la consiguiente reparación necesaria para las dos partes habrá de venir después.
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Lo intempestivo de su posición le aparta del pueblo judío, que sufre el desconsuelo desde octubre, y le acerca a Hamás que le aplaude como amigo incondicional. Esas fotos que publica la organización terrorista agradeciéndole su gesto nos ponen en evidencia. ¿Cómo ha podido dejarse llevar por el sentimiento y fervor ideológico-fanático justo en este momento? No lo sabemos bien, pero el defecto es claro: ningún político democrático debía haber asumido proclamas del extremismo religioso, en este caso eslóganes antisionistas como «desde el río hasta el mar».
El 13 de octubre de 2023, Madrid amaneció con miles de carteles con las fotos de los rehenes judíos capturados por Hamás. Algunos familiares y conocidos de las víctimas clamaban ayuda para facilitar la devolución de sus seres queridos. Sin embargo, a las pocas horas, esos carteles habían sido arrancados con furia y tirados a las papeleras de las que todavía sobresalían como cuerpos moribundos. ¿Quién había despreciado así el dolor de las víctimas apenas 6 días después de los atentados?
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España, el mundo, tenemos hoy la obligación de estar de la mano de los dos pueblos, acompañarlos en la construcción de un hogar en el que cada uno pueda vivir en paz como los hermanos que un día serán. Ojalá.
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