Ha regresado un tipo humano digno de estudio para la psicología social: el 'feligrés ateo'. Decía el filósofo alemán Max Weber, que el nuevo tiempo ... que sucedía al siglo XX vivía la «desacralización» de la vida, los viejos dioses habían abandonado el mundo, porque los hombres modernos ya no los necesitábamos. Nuestra ciencia, nuestra medicina, nuestras ciudades y nuestra política, quizás nuestra alma toda, se habían secularizado y liberado por fin de sus viejas y oxidadas ataduras.
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Cuánto prometía ese incipiente siglo XX, qué duda cabe. Pero, pronto hicieron acto de presencia los nuevos sucedáneos de la sugestión religiosa. La modernidad vino cargada de nuevos atractivos y fetiches maravillosos, claramente humanos, fungibles y aptos para el consumo, que florecían muy rápido, y se gastaban muy rápido también, porque pronto tenían que hacer su aparición otros nuevos y mejorados, más brillantes y mágicos.
Sin embargo, no era oro todo lo que empezó a relucir. El nuevo siglo traía el cine, la música, el arte, las galerías comerciales y los aparatos electrónicos, estupendos todos ellos, pero el trasunto de los poderes divinos a las realizaciones humanas también se iba a producir en el ámbito de la política, aparece la figura del 'caudillo' como líder de los nuevos totalitarismos. Algo más omniabarcador, más encantador y poderoso que los reyes y emperadores de las épocas pasadas. En efecto, su carisma era más catalizador de energías y sinergias, porque ahora ejercía su poder sobre hombres y mujeres formados, felices y libres.
Defienden a una comunidad que no puede avanzar debido a sus sangrientas falanges
Algunos explican las filosofías contemporáneas como un resultado directo del ejercicio de la sospecha de filósofos de una influencia incuestionable, como es sin duda el caso de Nietzsche. No obstante, este debe estar retorciéndose en su tumba, porque ni 'Dios ha muerto', ni precisamente los nietzscheanos lo han matado, sino que muchos de sus lectores lo han resucitado. ¿Por qué se ha producido este fenómeno? No lo sabemos bien. El caso es que sucede que hoy asistimos a una nueva sacralización de la política y de la historia, si bien es cierto que por parte de hombres que son más espectadores que protagonistas directos de la misma.
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El hecho curioso es que la mayoría de las personas que justifican en Occidente el terrorismo islámico, sin saberlo o convencidamente, lo cual sin duda es más grave, se dicen ateos. Y, a pesar de decirse y sentirse ateos, y liberados de las cadenas opresoras de la religión, se ponen del lado de los fundamentalistas religiosos, de los más extremistas, de los que usan a su credo para alentar el odio y la muerte violenta.
Ciertamente, se trata de un fenómeno paradójico porque lo hacen, según confiesan, para defender a una comunidad que precisamente no puede avanzar debido a sus sangrientas falanges. Por una oculta razón, olvidan ahora que sus líderes religiosos más intolerantes impiden a sus mujeres ser libres, es decir, estudiar, ir a la universidad y trabajar, y que las matan, las encarcelan, o las secuestran sin dejar rastro. Y obvian que, armados de su 'policía de la moral', hacen lo mismo con los hombres que defienden a estas mujeres.
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En los Estados de derecho, uno puede ser libre en todos los ámbitos de su vida privada y pública, es decir, uno puede creer o no creer. Pero lo que no se entiende es que quienes se sienten libres por poder hacer esto, y piensan que la 'desacralización' de la vida, es decir, el laicismo, es condición indispensable para la libertad, esto lo quieran sólo para sí. No son capaces de ver que el fanatismo religioso es, no sólo origen de la ira y destrucción para quienes profesan otra religión, sino la opresión primera de su propio pueblo. Defender a un pueblo, a las personas anónimas que lo conforman, siempre tiene sentido, pero no querer enfrentar a su principal enemigo, porque este encarna la figura más terrible de lo sacrosanto, es también rendición sumisa a sus pies, los de los temibles caudillos religiosos.
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