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Invisibles no confinados

ARTÍCULOS DE OCASIÓN ·

Aunque siga extendiéndose esta descontrolada pandemia, no veo el final del mundo, pero sí que habríamos llegado a la antecámara de una vida distinta

Sábado, 23 de enero 2021

El don de conocer el significado de las palabras no solo se alcanza con el uso rutinario que cada día hacemos de ellas. Una sola palabra, por sí misma, es capaz de definirnos con precisión todo ese mundo que deja de ser inaccesible cuando las pronuncias atinadamente; o se despliega descubriéndote un paisaje inabarcable; o te recoge en un espacio mínimo e íntimo en sus breves términos definitorios. Las palabras tienen alma y magia y, para acertar en su uso sin equivocarnos, debemos desentrañar su verdadero significado, si es preciso, consultando el diccionario de la RAE, pero añadiéndole nuestro amor por ellas o recordando todo lo que hemos leído y vivido.

Cuanto digo guarda relación con el coronavirus que ya ha cumplido un año de asedio contra los humanos; como también está a punto de cumplirlo el confinamiento que le acarreó a España. La RAE, en su segunda acepción, define el confinamiento como «aislamiento de la población por razones de salud decretado por el Gobierno». El confinamiento se dictó en marzo de 2020 al producirse la primera ola. Ahora no estamos confinados. Allá cada cual, dice el Gobierno. El Reino de Taifas que es hoy España, dotado cada uno de bandera, alabardero y tambor propios, y dentro de sus límites territoriales, que sus líderes más 'lumbreras' suelen llamar fronteras, son los encargados de controlar a su aire esta gravísima pandemia. Ahora no estamos confinados, ni recluidos obligatoriamente en nuestros domicilios, pero sí separados perimetralmente por líneas inexistentes, sin control operativo eficaz. Luego, agotado el confinamiento por caída en desuso, deberíamos encontrar otra palabra adecuada que sería de aplicación en este vertiginoso instante de la pandemia.

La respuesta nos la da una vez más nuestro Señor Don Quijote. Culminada la burla del cura, el bachiller y el barbero apartándolo de la caballería andante, a ese tiempo de confinamiento obligado, Don Quijote lo llamó de recogimiento, y decidió hacerse pastor. Fue entonces cuando pronunció su impecable discurso a los cabreros. «Si a ti te parece bien, querría, ¡oh Sancho!, que nos convirtiésemos en pastores, siquiera el tiempo que tengo de estar recogido». Recogidos voluntariamente quiere el Gobierno que estemos, lo cual no es verdaderamente malo, puesto que nos sosegaría frente a esta política soez de hoy, aportándonos silencio y paz.

Las normas sociales por las que nos regíamos y los hábitos que practicábamos se han volatilizado

'Lasciete ogni speranza, voi ch'entrate' (abandonad toda esperanza quienes aquí entráis). Esto es lo que está escrito en la puerta del infierno de Dante. Así me encuentro hoy yo, a una tan edad avanzada, preguntándome quién soy, qué estoy haciendo ahora aquí esperando una vacuna que, pese a la prontitud de la ciencia en descubrirla, la tienen almacenada en frigoríficos sin saber agilizar sus vacunaciones. Con esa forma de gobernar tan inactiva que se lleva ahora, tampoco sé en qué consiste este tiempo, pero entreveo que el mundo que conocíamos difícilmente volverá, porque las normas sociales por las que nos regíamos y los hábitos que practicábamos se han volatilizado como esa gente que desaparece sin despedirse.

Borges llamó a la vejez «el ultraje de los años», pero es que él no previó la llegada de la Covid, que arrastra por igual a jóvenes y viejos, haciéndolos iguales en cansancio y fragilidad llegado el fatídico contagio. La sociedad de nuestro tiempo se inventó la marginación obligada del anciano, recluyéndolo inactivo a cambio de una modesta pensión. Se convirtió en un ser opaco, sin visibilidad alguna, huérfano de los hábitos y cosas en que estaba fundado el mundo en que soñaba.

Pero es que la Covid agravó esa situación y lo convirtió en carne de cañón. Ahora son invisibles e intocables y solo se les verá en el momento del adiós. Hoy, sorprendentemente, la invisibilidad le afecta a toda la sociedad, ya sean jóvenes o viejos. No es que a los seres que la integran no se les vea porque estén confinados. Hasta los elegidos y triunfadores también son invisibles e intocables, o en el mejor de los casos, los elegidos, por ser seres excepcionales, no serán humanos a los que se les puede tocar, porque solo son héroes fugaces virtuales.

Les voy a poner solo tres ejemplos de mi tierra, que es Murcia, entre los que acaban de alcanzar fama mundial. Uno, Jaime Lorente López, murciano del Barrio del Carmen. Tiene 28 años, es actor y se ha hecho famoso de la noche a la mañana. En Instagram tiene 16 millones de seguidores, primero triunfó en 'La casa de papel' y ahora en 'El Cid'. Es un héroe virtual que no ha culminado el sueño más preciado: ser querido y toqueteado como héroe por las gentes de su ciudad, como lo son los héroes reales de carne y hueso. Dos, David Cánovas Martínez, murciano de Alhama. Tiene 23 años y se apoda 'The Grefg'. Cuenta con 12 millones de seguidores en Twitch, la plataforma que permite realizar transmisiones en vivo a través de YouTube. Está ganando millones a espuertas y ha dicho virtualmente: «Ahí os quedáis». Se ha domiciliado en Andorra. Se ve que no quiere que ni Pedro Sánchez, ni el Coletas le administren la lluvia de millones que está amasando. Tres, Carlos Alcaraz Garfia, murciano de El Palmar. Tiene 17 años, es tenista y va lanzado como un meteorito hacia el estrellato del tenis mundial. Cuando esto escribo acaba de clasificarse para el Open de Australia. También este es otro triunfador virtual, pero de los tres, es al que veo como el más real héroe humano.

Si yo no fuera invisible como soy ahora, y tuviera a mano mi vieja Radio Juventud, estos tres virtuales se iban a enterar de lo que es bueno. Los transformaría en héroes humanos que, llevados en volandas en su propia tierra, se convertirían en nuestra divisa; ahora que estamos tan huérfanos de héroes y sobrados de mediocridades y cantamañanas. Desde la Odisea, la vuelta al hogar es el espacio que hace posible esos milagros.

Una cosa es cierta. La pandemia nos ha impuesto como modelo de vida un nuevo mundo más decadente y triste, que también ha acarreado el fin del disfrute del otro modo de vivir anterior donde imperaba la alegría de vivir. El recogimiento quijotesco al que aspiro es fruto del diseño personal con el que voy sometiendo al confinamiento e invisibilidad, lo que me permite alejarme del griterío, la ansiedad y el mendaz tipo de política que se practica hoy en España.

Aunque siga extendiéndose esta descontrolada pandemia, yo no veo el final del mundo, pero sí que habríamos llegado a la antecámara de una vida distinta, con menos disfrute de todo lo que hemos tenido hasta ahora, por lo que el mundo no volverá a ser el mismo.

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