Hipócrates y la inteligencia artificial

¿Se imaginan ustedes trasladar el acto médico a una pantalla para contarle nuestras intimidades a un sabelotodo e impersonal 'bot'?

Miércoles, 5 de julio 2023, 00:42

Parece razonable que con la simple lectura del título, el lector se pudiera preguntar sobre mi pretensión al elegir uno tan chocante que hace referencia ... a dos escenarios de la historia separados ni más ni menos que veintiséis siglos. Y es cierto, aparentemente pocas cosas hay en común entre Hipócrates de Cos y la Inteligencia Artificial (IA).

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Hipócrates fue, en el siglo V antes de Cristo, uno de los primeros médicos que estableció que las enfermedades no eran un castigo divino tras cometer actos pecaminosos, sino que se debían a un desequilibrio del medio interno (Physis) compuesto por los cuatro humores clásicos, sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Desarrolló, además, un sistema racional basado en la observación y la experiencia. En resumen, inició la práctica clínica conforme la hemos venido conociendo hasta nuestros días. Por ello, Hipócrates ha sido considerado como el padre de la Medicina. Así lo atestigua su experiencia recogida en el archiconocido 'Corpus Hippocraticum'.

La Medicina, a lo largo de este periodo, ha evolucionado espectacularmente, sorteando los grandes retos a los que se ha ido enfrentando y en ello han influido de manera determinante los avances tecnológicos que han propiciado los actuales estándares de salud. Sirvan como muestra tres ejemplos: las vacunas, la depuración de las aguas y la penicilina. Sin ellos, la historia de la humanidad, en términos de salud, hubiera sido bien diferente.

Pues bien, aún a pesar de los grandes cambios, ha pervivido inalterable en el tiempo algo decisivo, la relación médico-enfermo, como núcleo esencial del acto médico. Un momento íntimo y confidencial, con un trasvase bidireccional de información, gestos y emociones, presidido por la confianza mutua. Y todo esto ha cambiado muy poco desde los tiempos de Hipócrates, salvo la presencia del modelo deliberativo por el que se comparten las decisiones una vez que el paciente ha sido informado.

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Gracias a la tecnología, hoy estamos en el inicio de lo que los expertos han venido llamando la 'Medicina de las 5 P'; Personalización, Precisión, Predicción, Prevención y Participación. Para acometer esta nueva era de la Medicina necesitaremos una altísima formación de nuestros profesionales, que solo será posible con la ayuda de grandes bases de datos (Big Data) provenientes de múltiples fuentes y manejados con pericia, seguridad y transparencia para generar información y conocimiento y su posterior aplicación a la práctica clínica. En definitiva, con el concurso de la IA.

Deberíamos, no obstante, aclarar algunos aspectos relacionados con esta tecnología. Se trata de uno de los recientes avances que más expectativas e inquietudes está generando y que más seducción provoca. Aunque la IA está instalada en nuestra rutina diaria hace años, su momento álgido lo ha marcado la reciente y disruptiva aparición de la ChatGPT, no solo por el reto tecnológico en sí, sino además por las serias dudas éticas y metodológicas que despierta su aplicación, sobre todo, en sectores tan sensibles como la salud.

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Siempre hubo voces autorizadas que predicaron por el ejercicio ético y humanizado de la Medicina. Quizás uno de los ejemplos más relevantes fue el informe del Centro de Investigación en Bioética Hastings de Nueva York, elaborado en 1996 por un grupo de expertos de diferentes países y dirigido por el filósofo y bioeticista Daniel Callaham. En esencia, nos recordaba de nuevo los fines de la medicina: curar cuando se pueda, paliar casi siempre y consolar siempre. Advertía, además, que los avances de la tecnología médica más agresiva son un arma de doble filo y, por tanto, el equilibrio entre ventajas e inconvenientes debe ser evaluado muy cuidadosamente.

No podemos ocultar, por supuesto, que algunas circunstancias recientes podrían estar deteriorando el acto médico conforme lo hemos venido conociendo. Entre ellas, cierta aversión a la incertidumbre en la práctica clínica, que a veces nos conduce al excesivo entusiasmo por innovaciones tecnológicas aún inmaduras y que nos llevan a una llamativa pérdida de habilidades clínicas, cada vez más patente.

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Podremos llegar a conseguir cualquier cosa, imaginable e inimaginable. Por tanto, surgen las grandes preguntas ¿Debe haber límites a las aplicaciones del desarrollo tecnológico en la medicina? ¿Quién los debe establecer? ¿Hasta qué precio está la humanidad dispuesta a pagar? ¿Incluso a cambiar la esencia del acto médico? ¿Se imaginan ustedes trasladar el acto médico a una pantalla para contarle nuestras intimidades a un sabelotodo e impersonal 'bot'?

Para terminar, por aquello de la cautela, les recuerdo las palabras de Sam Altman, cofundador del inquietante ChatGPT, pronunciadas hace unos días ante la Comisión Judicial del Congreso de EE UU: «Mi peor miedo es que esta tecnología salga mal. Y si sale mal, puede salir muy mal».

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A modo de conclusión, permítame compartir una pequeña confidencia. A la hora de subtitular este artículo dudé entre 'amigos para siempre' o 'amistades peligrosas'. Finalmente pensé que la 'melodía' era secundaria, porque el futuro de la práctica médica dependerá, sobre todo, del sentido común que pongamos.

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