JESÚS FERRERO

La gente me cae mal

ALGO QUE DECIR ·

No voy a desgranar todas las profesiones que aborrezco, aunque no creo que sean muy diferentes de las que aborrecen ustedes

Miércoles, 12 de octubre 2022, 01:15

En general me sucede esto, que empezó siendo timidez y que por fortuna no ha devenido misantropía y espero que no me suceda nunca, porque ... en el fondo yo soy un eterno optimista y un creyente convencido en el ser humano, pero en la vida corriente la gente no me cae bien, y es posible que este rasgo lo comparta con muchos de ustedes, aunque la mayoría se lo calle como un terrible defecto, una tara inconfesable porque vivimos en la edad del buenismo y casi nadie declara sus regiones en sombra.

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No voy a desgranar todas las profesiones que aborrezco, aunque no creo que sean muy diferentes de las que aborrecen ustedes, desde el funcionario con gesto de alpargate que nos mira desde su altura de efigie burocrática, el profesor que parece saberlo todo, el policía que ha de mostrar como parte de su uniforme un gesto de adustez insolidaria, pero también me disgusta el cura que presupone nuestra fe en su dios, porque es la única fe verdadera, el tendero que parece hacerte un favor mientras te sirve una mercancía, el vecino que no contesta a nuestro saludo matutino o la compañera de trabajo que nos mira de reojo con un ademán agrio o insolente.

Contaba mi padre, que era, ahora lo sé de verdad, un narrador oral profundo, prolijo y muy inteligente, que había conocido pastores en la sierra que evitaban en lo posible saludar a nadie y se guarecían detrás de un lentisco, una chaparra o un pino para no ver ni que los vieran. Algo de esa hosquedad he heredado de mis ancestros campesinos, que sin embargo los recuerdo amables y hospitalarios, así lo eran al menos mis padres y mis abuelos.

Me cae mal la gente sin causa, en ocasiones es su tono de voz, demasiado silbante u opaco o nasal, la mirada que esconde algunas intenciones o me lo parece a mí, las palabras que usa para dirigirse a los demás, agresivas, hirientes y sin templanza alguna, o apenas audibles, que también encierran un sesgo de violencia, porque tiene uno la impresión de que lo hacen adrede, para que no los oigas.

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No me caen bien los que se comportan de un modo decidido y actúan sin complejos porque alguien que no tiene complejos no es de fiar, los que saben de todo e igual intervienen en una conversación sobre motores, deporte o política internacional, y los que no saben de nada y tampoco contestan en las encuestas, los que no quieren meterse en política porque como decía aquel generalote haga como yo, no se meta en política, los que aseguran que tú harías lo mismo si pudieras y también meterías la mano, los que opinan que alguien tiene que gobernarnos, los que aseguran que todo esto, el firmamento y el universo, tuvo que crearlo alguien superior.

No me gustan los que juzgan a los demás por su dinero, los que no están conformes con su cara a partir de los cuarenta años, los que cocinan porque está de moda, los que solo van de vacaciones al extranjero o consideran que lo único que se puede hacer en verano es viajar, no me gustan los vagos, los que viven de los otros, los que no dan palo al agua, los mendigos de verano, los gorrillas de verano, los políticos oportunistas que después de pasar por multitud de partidos e ideologías acaban en las listas que los proveerán de una larga jubilación aunque no hayan hecho nada, los cada maestrito tiene su librito, los que nunca han faltado ni un día al trabajo.

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No me gustan los que se permiten recordarme cuáles son sus gustos y cuáles sus disgustos, como si me importara.

Así que tampoco yo me gusto.

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