Migrantes que votan a Trump
Este comportamiento no necesariamente se basa en un rechazo directo hacia los recién llegados, sino en una estrategia de preservación del estatus alcanzado
En su obra clásica 'Establecidos y marginados', Norbert Elias estudia tres comunidades residentes en una misma zona urbana para entender sus dinámicas de poder y ... exclusión social. La primera comunidad se describe como clase media, mientras que las otras dos pertenecían a la clase obrera. A pesar de la adscripción compartida por estas dos últimas, Elias observó que los miembros de la segunda comunidad, más antigua y establecida, ejercían una clara exclusión hacia los recién llegados, estigmatizándolos y marginándolos. La diferencia clave entre estos dos grupos radicaba precisamente en la antigüedad: la segunda comunidad se había establecido antes, con varias generaciones asentadas, mientras que la tercera era más reciente y contaba con menos tiempo de permanencia en la zona. Este comportamiento no se explicaba por una diferencia material, sino por una lógica social de protección de su estatus, cohesión/exclusión social, en definitiva, ejercicio de poder.
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El trabajo de campo de Elias detecta mecanismos como el chisme y la difamación como elementos efectivos para estigmatizar a la comunidad recién llegada. Un ejercicio que se hacía además tomando la parte por el todo; considerar «lo peor de la minoría» del grupo nuevo y hacerlo extensivo a la totalidad de esa comunidad. Por su parte, el grupo establecido manejaba su «carisma de grupo» como atribución compartida con un origen (mito) claro e identificado por la comunidad y que se reproduce a través de mecanismos (más o menos sutiles) de presión y control social.
En el contexto de las recientes elecciones de EE UU, podemos interpretar que los migrantes residentes en el país que votan a Trump y se suman a sus políticas de cierre de fronteras, perciben que su lugar dentro de esta estructura está en riesgo. Este sentimiento de vulnerabilidad ante una competencia creciente por los recursos y la oportunidad de ascender en la jerarquía social, alimentado por la llegada de «nuevos migrantes», genera un comportamiento que podemos asimilar al de los «establecidos» de Elias. Al igual que estos, los migrantes que ya se consideran integrados, blindan su posición social mediante la diferenciación y exclusión de los nuevos (de los que querrían llegar), a quienes perciben como competidores por los mismos recursos limitados. Este comportamiento no necesariamente se basa en un rechazo directo hacia los recién llegados, sino en una estrategia de preservación del estatus alcanzado, buscando asegurarse de que su posición no se vea amenazada por los «marginales de nueva generación».
Este sentimiento de vulnerabilidad impulsa un comportamiento defensivo que, en términos metafóricos, consiste en «dar una patada a la escalera» para impedir que otros suban por el mismo camino que ellos utilizaron. Este comportamiento no sólo responde a la necesidad de preservar un espacio ganado, sino que refleja una visión del orden social como algo finito y competitivo («es el mercado, amigo»). Lo que parece ser un acto de protección personal se convierte en un mecanismo de control social. Al impedir que otros sigan el mismo camino hacia la movilidad, estos individuos también controlan las reglas de acceso al sistema. Se convierten en vigilantes vicarios de su nación de acogida. La idea de que otros, especialmente aquellos que llegaron después, pudieran alcanzar lo que ellos han logrado a través de su propio esfuerzo, genera una sensación de competencia desleal. La patada a la escalera, entonces, no es sólo un acto de miedo al retroceso, sino también una reafirmación del valor de su sacrificio, que se interpreta como una prueba de su propia valía como individuo hecho-a-sí-mismo. Este gesto simboliza la jerarquización de los esfuerzos y la creación de una distinción entre los «que lo lograron» y los «que aún no lo han hecho», una distinción que se refuerza a través de la exclusión.
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El voto por Trump y el apoyo a medidas restrictivas de inmigración se convierten en una estrategia de afirmación y defensa del estatus alcanzado, donde los migrantes más integrados buscan asegurar su posición en una sociedad donde el cambio constante de la composición demográfica puede resultar amenazante para la estabilidad de su posición. De esta manera, activan una forma de «carisma social» que les permite sentirse parte de un grupo privilegiado, construyendo una identidad de «superioridad» sobre los nuevos inmigrantes a partir de su propia experiencia de adaptación. Así, se amontonan en la última fila del escenario, de puntillas, buscando un hueco, con su mejor sonrisa esforzados por salir en la foto.
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