¿Y si existiera la vida eterna? No jodas

Martes, 20 de julio 2021, 01:50

Esta fue la respuesta, «no jodas», que me dijo un amigo, que no es creyente y que sigue buscando, en una conversación sobre la vida, ... la muerte y todo lo que rodea a nuestra existencia. Me hizo una pregunta que me impactó y fue: qué importancia tendría la vida eterna, si creyéramos de verdad, para nuestra sociedad, qué cambiaría en nuestras opciones personales y en nuestros comportamientos.

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Empiezo con una confesión de fe: sí creo en la resurrección, con mis miedos, mis dudas e incertidumbres. Creo con convicción y, cuando llegue el momento de despedirme de este mundo y encontrarme con el Dios Padre/Madre, espero haber aportado mi grano de arena para hacer este mundo un poco mejor y, también, a mi sentida Iglesia. También estarán en mi mochila muchas contradicciones, incoherencias y pecados.

Hay una crítica que nos suelen hacer a los creyentes, incluida la jerarquía, y es la desconexión entre nuestra forma de vivir y la vida eterna, que se puede resumir de esta manera: «Sí, vosotros mucha vida eterna, mucha confianza en Dios, pero os aferráis al poder, al dinero y a los poderosos como hacemos todos». Le tengo que dar la razón, en líneas generales, porque participamos de la idolatría del dinero, de las comodidades y lujos, utilizamos el poder para dominar y somos cómplices con sistemas que asesinan y destruyen la vida, como fue en nuestro país el nacionalcatolicismo. Hemos bendecido muchas guerras, las hemos provocado, hemos participado en regímenes dictatoriales y genocidas y hemos sido muy indiferentes ante el sufrimiento humano. Sin olvidar a tantos mártires, a lo largo de la historia de la humanidad, que han dado sus vidas por ser semilla de libertad, de justicia, de fraternidad, por ver el rostro de Dios en los empobrecidos. Una historia que sigue dándose como pequeños signos de ese mundo soñado por Dios y que es combatido por las élites financieras, económicas y sociales.

Afirmaba Fukuyama en 1992 que se había llegado al final de la historia con la caída del Muro de Berlín y que se impondría la democracia de corte neoliberal y capitalista. Lo único que se ha impuesto es la lucha cruel por acaparar las riquezas del mundo, descartando a millones de personas, condenándolas a condiciones de muerte. Desde este punto de vista, hay una negación de la resurrección porque no hay final de la historia, hay continuidad. Una continuidad que afirma que la última palabra no la van a tener los que se consideran los dueños de la vida y de la muerte, los señores y señoras de la guerra y del dinero, sino el Dios de la vida, ese Dios que baja a los crucificados de la cruz: los que sufren las guerras, la violencia, el hambre, la explotación, la represión, la tortura, la pobreza, la soledad, el odio por su orientación sexual, por ser inmigrante o refugiado... Baja de la cruz a los despojados de su dignidad, a aquellos cuya existencia es una vida sin vida. Afirmar que existe la vida eterna es afirmar que estos dueños de la vida y de la muerte serán despojados de su poder y que a los que han hecho sufrir serán enaltecidos.

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Hay un argumento, no sé si afectivo o no, y es el argumento de que esos niños y niñas que mueren por las armas y el hambre van a recuperar la vida para poder vivirla con toda la ternura, una vida que les hemos negado, una vida que hemos segado cruelmente.

Afirma el Evangelio de Juan que Jesús nos prepara una habitación para acogernos, para que nos sintamos en nuestra casa. Al hilo de esto, pensaba en las familias desahuciadas, en esas familias con menores echadas a la calle con toda la fuerza judicial y policial. Dios nos prepara una casa, un hogar; en cambio, los bancos, sus inmobiliarias y los fondos buitres echan a la gente de sus hogares para especular.

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Dice el apocalipsis: «Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto ni dolor». Es una esperanza para los miles de millones de personas que han tenido una vida aplastada por las injusticias y la inhumanidad de los fabricantes del egoísmo, la violencia y la ambición. Mientras llega ese momento, tenemos que ser buena noticia para los pobres, tenemos que aliviar el sufrimiento humano.

Quiero terminar con una anécdota. Me decía una mujer mayor, con una gran sensibilidad, que su perrito se había muerto y me preguntaba que si también los perros iban al cielo. Le dije que no lo sabía, pero que Dios es tan bueno que posiblemente cuando llegara al cielo, su perrito saldría a recibirla.

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Lo dicho, creo en la resurrección.

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