Estética urbana
Esperemos recuperar el pálpito del rumor callejero, el murmullo de la vida alrededor
La sacudida originada por la pandemia del coronavirus, al precipitarse de improviso sobre un modo de vida al que estábamos habituados, ha propiciado cambios sustanciales ... en esa –por tantos motivos añorada– cotidiana 'normalidad'. Pocas cuestiones han escapado a su empuje, tan ajenas en principio a puras cuestiones de biología como el modo de relacionarnos, indicativo de esa íntima conexión invisible pero real que teje lazos insospechados entre todo cuanto acontece en la naturaleza. No solo, por obvio, durante el periodo de confinamiento, ya que sus repercusiones se prolongan hasta el momento presente y quién sabe cuándo se vislumbrará una luz final de esperanza, en un embrollo que con el paso del tiempo resultaba inimaginable hace tan solo un año. Ese volteo a las reuniones sociales ha repercutido de manera indirecta cobre la configuración de los espacios urbanos merced a la progresiva ampliación y crecimiento, cuando no una nueva ocupación, de distintos enclaves urbanos. Una proliferación respecto a tiempos anteriores al descalabro vírico de terrazas por doquier, en calles, plazas, callejuelas, rincones o jardines. En una profusión de un variopinto mobiliario urbano en zonas singulares del casco urbano, con mesas, sillas, toldos y sombrillas con anuncios, de variada forma y condición, lo que determina y supedita en buena medida la estética de la ciudad al conformar perspectivas visuales inéditas. (Lo de aparcar es otra cuestión). Es de imaginar una eventualidad similar a distintas escalas en todos los pueblos y ciudades. Cambios patentes no solo en el apartado visual, de perspectivas y vistas, como asimismo en las condiciones para caminar por ese entramado urbano.
Son de sobra conocidas, por reiteradas, las repercusiones sobre la actividad de los establecimientos dedicados a la hostelería, con especial relieve respecto a las terrazas en este caso. Al haberse alcanzado una inmunidad grupal significativa, gracias a la vacunación masiva, se han dado condiciones favorables para los encuentros sociales –con las salvaguardas preceptivas de distancia física y mascarillas de protección–, con lo que ha habido una loable intención para favorecer industria tan arraigada y minimizar las consecuencias negativas. Para ello, las autoridades municipales, han permitido acondicionar, abrir y ampliar no pocos espacios públicos. Pero como suele suceder en aspectos humanos, como siempre algún inconveniente se derivaría de este asunto. (Salvados los casos anecdóticos, que de todo hay, de quienes parecen haber interpretado como permisividad para poder extenderse en los límites asignados al ocupar, estrechando zonas de tránsito, entorpeciendo la marcha, con especial relieve los fines de semana. Con un detalle añadido, caso de tener cierta altura corporal, por el riesgo para la integridad del cuero cabelludo, ante la posibilidad de toparse con sombrillas extendidas con largueza, sin respetar una distancia mínima de seguridad). Pero por fortuna no es lo habitual.
La benignidad de nuestra climatología favorece, más bien impulsa, el ejercicio de la vida en la calle, tanto para el ocio como para la industria y el negocio. Esta en la esencia de nuestro modo de ser, callejear, con o sin propósito definido, germen de relaciones abiertas, expansivas. Una cualidad, diríase más que una condición, favorecida por la progresiva tendencia a peatonalizar las calles como si además se dispone de una orografía plana. Es la sencilla actividad andariega una práctica al alcance del caminante conspicuo, de cualquier edad y condición física.
La benignidad de nuestra climatología favorece, más bien impulsa, el ejercicio de la vida en la calle
Esperemos recuperar el pálpito del rumor callejero, el murmullo de la vida alrededor. Con ese cruce de miradas en la calle, el abrazo a conocidos, como rasgos de nuestro espíritu comunitario, abierto, expansivo si se quiere recurrir a tópico, mediterráneo. Tan extraño a mentalidades acosadas por brumas y melancolía, escasamente proclives a las expansiones de sociabilidad. Como apunta George Steiner, en su ensayo sobre «la idea de Europa», esa idea de la ciudad, de la polis griega fundacional, es distintivo de nuestra cultura, al poder presumir del diseño a escala humana de nuestras urbes. Con el ejemplo de eximios paseantes de ciudades de relumbrón que, en sus recorridos reflejaron sus vivencias y que, moviéndose sin rumbo definido, desgranaron ideas y pensamiento al fijar la mirada sobre las huellas del tiempo que generaciones precedentes dejaron sobre fachadas, balcones, blasones y edificios.
Un talante que asimismo desprende la vida en las terrazas, al modo de los ensalzados cafés intemporales, en los que se ha gestado buena parte de la idea de Europa. Esos lugares en las que las tertulias cotidianas de famosos, como de amigos sin propósito definido, edifican los cimientos de la sociedad de cada tiempo. Propicios para la charla distendida, para discusiones de todo jaez, para dejar pasar el tiempo sintiendo palpitar el nervio popular. Se trata de alcanzar una provechosa armonía ciudadana para disfrutar de solaz y convivencia.
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