España

España es Hispanoamérica como Hispanoamérica es España. Y no se nos puede entender ni definir la una sin la otra

¿Qué es España? Esta pregunta siniestra se atraviesa constantemente en el pensamiento filosófico, político, ideológico y social español desde hace muchos años, quizás siglos – ... con especial virulencia desde finales del XIX y la destrucción de los últimos vestigios del Imperio–, sin que nadie haya sido capaz de dar una respuesta contundente y unificadora. Hace unos días veía un documental con esta pregunta: ¿qué (diablos) es España? Las respuestas, como era de esperar, fueron variopintas pero ninguna coincidente y todos parecían ir, como Miguel Hernández, de su corazón a sus asuntos sin establecer un nexo común que nos defina. Las opiniones las podríamos resumir en trabajar y celebrar en la variedad y la diversidad, en fin, un círculo sombrío que va de la emoción a la metafísica con vergüenza y embarazo. Que se limita a ciertos rasgos, poco comprometidos políticamente, más inclinados al carácter y la particularidad de lo español que a lo esencial de España. Pero siempre con una coletilla: Europa. Si no sabemos qué es España cómo vamos a saber qué (coño) es Europa.

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A la izquierda no parece interesarle mucho el asunto y prefieren hablar de país, de Estado, de nación de naciones, de federalismo y hasta de patriotas sin patria. Y a la derecha... no se sabe, se quedan en una superficie viscosa y resbaladiza. Parece que la idea de España como nación política crea recelos y confusión y, quizás, todos tengan razón porque hemos asumido con pesadumbre y bochorno lo que hicimos y, sobre todo, lo que no hicimos, que ha quedado como resumen: inquisición, mezquindad, miseria, oscurantismo, hogueras, curas y militares. Ya dijo Sánchez Albornoz que España era un enigma histórico.

Por tanto, si la historia no nos sirve para definirnos, aunque sea desconocida, a veces malinterpretada y, en muchos casos, manipulada, porque sentimos reparos inocentes provocados por la ignorancia, veamos cómo las razas puras y esenciales, nuestros ínclitos nacionalistas, llegan a la definición de país o nación o patria o república y vamos a replicarlos en su método. La clave de bóveda es 'el hecho diferencial' (antiguamente llamado 'raza', pero que hoy tiene connotaciones despectivas y se prefiere no usar). La clave es la lengua y la bóveda, la cultura propia y diferenciada; así se mantiene la estructura orgánica sin que se caiga. Pues bien, atendiendo a este planteamiento veamos lo que es España en su hecho diferencial con respecto al resto del mundo.

La lengua española es hablada por más de 600 millones de habitantes y se extiende por varios continentes

La lengua española –ya dejó de ser castellana hace muchos siglos– es hablada por más de seiscientos millones de habitantes. La segunda lengua más hablada del planeta, que se extiende por varios continentes. Esto convierte a España, hermana más que madre de las naciones hispanoamericanas, en una gran potencia mundial geoestratégica porque controla los mares: el Pacífico, el Atlántico y el Mediterráneo, y con ello una parte muy importante del tráfico comercial y económico del mundo. Si a eso añadimos la riqueza natural: agua, materias primas, minerales, agricultura, ganadería, gas, petróleo y todo lo que el mundo necesita, nos convierte en un peligro geopolítico para el equilibrio de poder actual. Por eso son tan importantes Gibraltar y las Malvinas para los británicos y Marruecos para EE UU.

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La cultura hispanoamericana es una, única y diferenciada, basada en dos pilares: catolicismo (educación) y mestizaje (respeto). Dos pilares siempre en discordia que nos da, queramos o no queramos, el mismo carácter, la misma naturaleza y la misma visión sobre la vida, cada cual con sus particularidades lógicas.

Hispanoamérica y España están separadas y divididas. Y lo están porque es necesario que lo estén. Y lo estarán más porque ese es el objetivo perseguido desde el siglo XIX por las potencias emergentes: la destrucción sistemática del potencial competidor. Por dos medios: el económico, inundando los países de deuda impagable que les obliga a entregar su riqueza al acreedor, el poder financiero anglosajón; y el político, financiando guerras civiles, propagando el mal gobierno, financiando dictaduras, de izquierdas o de derechas, fomentando la corrupción y el expolio, dividiendo para debilitar, introduciendo su religión de comerciantes, imponiendo políticas necias, como el género para controlar la natalidad, el indigenismo para volver a la tribu y el taparrabos (ellos que no dejaron un indígena vivo), el cambio climático para ser culpables de su indecencia negligente y... para qué seguir.

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En Hispanoamérica –lo de Latinoamérica es un cuento– nació el derecho internacional y los derechos humanos (la igualdad racial) y todo ¿para qué? Para convertirnos en servidores del poder financiero, de sus crisis que aumentan el valor de la deuda y disminuyen el valor de las monedas y la capacidad para poder pagarla, y sus paraísos fiscales para que la fiesta no les cueste un duro. Una soga al cuello difícil de aflojar sin unión, inteligencia y discreción. España es la más interesada porque seguramente es la menos importante.

España es Hispanoamérica como Hispanoamérica es España. Y no se nos puede entender ni definir la una sin la otra, con sus aciertos y sus fracasos, sus éxitos y sus torpezas. Como cualquier obra humana.

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